En vías de recuperar a la variedad criolla
De pulpa amarilla y gran dulzor, la variedad criolla fue posicionando al Perú en los mercados internacionales como un importante productor de maracuyá. Sin embargo, tras el reciente ingreso de variedades colombianas y brasileñas, la producción local ha ido perdiendo en calidad organoléptica. Por ello es que la industria ha trazado un plan de trabajo de 18 meses para desarrollar una ‘limpieza genética’, con miras a recuperar a la variedad criolla.
Marienella Ortiz
Su comunión perfecta entre acidez y dulzor ha hecho que en los últimos años creciera una legión de incondicionales consumidores en el mundo entero del maracuyá, también llamado Parchita, Yellow Passion Fruit o Maracujá Azedo y que, desde Perú, se exporta como jugo, concentrado y pulpa. De origen amazónico, la palabra maracuyá proviene del portugués brasileño: mara – alimento y cuyá – servido en vaso. La planta que da origen al maracuyá es la pasionaria (Passiflora edulis) de la cual se calcula que hay unas 7,000 ha entre Piura y Lima.
A nivel global, Brasil es el primer productor, pero Perú se ha ubicado en los últimos años como el primer exportador mundial. La variedad criolla de maracuyá empezó hace décadas atrás a sembrarse masivamente de manera rústica en Casma (Áncash) y se trataba de una fruta mediana con altos grados Brix. Debido a un desarrollo del mercado interno, el número de hectáreas creció de poco más de 4,500 ha en el 2015 a 7,000 ha hacia el cierre del 2018; todas ellas a cargo de pequeños y medianos productores que no han recibido atención técnica para ir mejorando el manejo agronómico del cultivo.
Debido a esta mayor demanda local es que han ingresado al país variedades colombianas y brasileñas de Passiflora que, si bien son de tamaño mayor y cáscara más dura, su fruto es de menor dulzor –incluso muchas veces es insípido- si se le compara con una variedad criolla.
“El mercado local ha crecido muy rápidamente en los últimos cinco años, porque el maracuyá está reemplazando mucho a la chicha morada como refresco, que es de más complicada preparación. Además, es mucho más barato su consumo”, refiere Renzo Gómez, gerente comercial de Selva Industrial y miembro de la Mesa de Trabajo de Maracuyá de la Asociación de Exportadores (ADEX). En los mercados internos se privilegia mucho la fruta grande y estéticamente bonita sin importar los grados Brix ni tampoco los rendimientos en fábricas, agrega.
La diseminación de las variedades nuevas fue un proceso veloz, que ha tomado unos tres o dos años, debido a que se autopoliniza con mucha rapidez y tiene flores hermafroditas. En una sola floración puede originarse una mezcla varietal y, lo que ha ocurrido, es que las variedades nuevas se han cruzado con la criolla. El problema es que estas variedades nuevas se cosechan con 12 o 13º Brix, mientras que la criolla siempre llegaba entre 15 y 16º Brix, lo cual le hizo ganar un sitial en el mercado de exportación. El mercado local ha aceptado –quizá por desconocimiento- a esta fruta con menor dulzor.
Otro indicador que se ha visto vulnerado es el rendimiento en planta, donde por cada kilo de fruta se debe obtener un 32% de jugo. Si bien con las nuevas variedades se está produciendo más kilos por hectárea, esa fruta no está cumpliendo con los estándares que se exigen para la exportación. “Esto nos puede sacar del negocio”, advierte Gómez tras agregar que más del 70% de la producción de maracuyá se dirige a la agroindustria, para su procesamiento y posterior exportación, ya sea como jugo simple (fruta triturada o exprimida), concentrado (jugo simple pasteurizado y reducido el contenido de agua), pulpa parte sólida o carnosa de la fruta) y néctar (jugo añadiendo agua y azúcares).
“La fruta que registra menos de 14° Brix se destina a la elaboración de concentrados, una de las presentaciones de exportación que implica reducir el contenido de agua hasta que el líquido alcance los 50° Brix. Sin embargo, con una fruta de bajo dulzor, ese proceso está significando un mayor costo de producción, porque se debe usar cada vez más fruta”, explica Renzo Gómez, quien ha sido el promotor en la conformación de una mesa de trabajo con los principales industriales (Quicornac, Lindley, AIB, Agromar y Selva Industrial), Adex e INIA; para buscar las soluciones del caso.
Adicionalmente, explica que la planta de maracuyá suele rendir unos tres años con volúmenes óptimos de producción, pero con el ingreso de las nuevas variedades, estas se han vuelto más susceptibles a los ataques de hongos; razón por la cual muchos productores optar por reemplazar la planta tras un año y medio o dos años.
‘LIMPIEZA GENÉTICA’
Por ello es que se ha iniciado un trabajo de ‘limpieza genética’ de 18 meses para poder recuperar a la cotizada variedad criolla, que es cofinanciado por la empresa privada y el Programa de Innovación Agraria (PNIA), un trabajo en el que se han apoyado en Adalberto Rodríguez, ingeniero agrónomo, investigador y asistente técnico de la Corporación para la Investigación y la Gestión de las Pasifloras del Huila (Cepass), de Colombia. Además, recibirán asistencia del genetista de Embrapa, Fabio Faleiro.
En Selva Industrial elaboraron un plan de recuperación de la variedad criolla y de fortalecimiento de la labor en campo del agricultor con asistencia técnica. Sin embargo, se dieron cuenta que ellos solo no podrían contrarrestar la situación. “Este es un cultivo que nació de la mano del agricultor pequeño con media o una hectárea de producción. Hicimos un perfil sobre cómo trabajar las semillas y ‘know how’ para el campo, pero nos dimos cuenta que no podíamos hacerlo solos. La semilla se mezcla tan rápidamente que el trabajo debe ser global. Por ello, fue necesario la conformación de la mesa de trabajo para involucrar a todas las empresas que participan en el negocio”, explica Gómez.
El trabajo se realizará empleando técnicas ya conocidas, como la selección y multiplicación basal. Incluso, existe la opción de seleccionar variedades que puedan introducirse adecuadamente a nuestros campos. La capacitación es un tema clave, sobre todo entre agricultores que nunca la han recibido. Por el momento, los propios productores han visto la necesidad de organizarse y ya se han estado conformando en asociaciones y cooperativas en La Libertad y Áncash, para facilitar el trabajo transferencia tecnológica.
Otro de los objetivos planteados será mejorar la fertilización en los campos, para lo cual es necesario determinar cuánto extrae la planta, en qué momento y cuáles son los volúmenes de nutrientes que requiere; para hacer los planes básicos de manejo. “Somos un sector que exporta más de US$40 millones, pero los agricultores nunca han recibido asistencia técnica”, advierte Gómez.
POSICIONAMIENTO COMERCIAL
Consolidar al maracuyá peruano como una fruta con características únicas en el mundo. Ese es el objetivo. En 2018 las exportaciones, en sus distintas presentaciones, llegaron a los US$50 millones y, para 2019, Renzo Gómez vaticina una cifra similar. Como parte de sus actividades de mejorar la cadena productiva, se realizará en agosto el II Congreso de Maracuyá, en Chiclayo.
“El sabor del maracuyá está de moda. Esa combinación del dulce con ácido gusta mucho”, refiere Gómez tras referir que Ecuador era el primer exportador pero viene dejando de lado la fruta porque su producción es silvestre”, explica.
ACERCÁNDOSE AL PRODUCTOR
Selva Industrial trabaja con más 200 productores pequeños y medianos, mediante cooperativas e intermediarios; aunque cada vez el objetivo es acercarse al productor. El 80% de sus compras las realizan de manera directa, porque de esa manera pueden asesorar al productor sobre cómo mejorar la calidad de la fruta. “Ahora, con la formación de las cooperativas, ellos nos pueden garantizar semanalmente la venta de uno o dos camiones con fruta, es decir, unas 30 toneladas”, precisa.
La mayoría de fruta se cosecha en el primer semestre del año, en una campaña que incluso se puede extender hasta agosto, aunque en el segundo semestre hay muy poca fruta que sale desde Lambayeque y Piura. Los rendimientos promedios fluctúan entre 20 y 25 t/ha, aunque hay huertos que, mejor manejados, son capaces de producir más kilos. “Esta es una fruta que se cosecha en el suelo, pero muchas veces la ansiedad por llegar al mercado rápidamente hace que se arranque cuando aún está verde. Entonces, lo que se vende en el mercado nacional puede ser fruta con 9 o 10º Brix”, remarca.
PROMOVIENDO LA PRODUCCIÓN EN OTROS VALLES
En Selva Industrial están promoviendo el cultivo de maracuyá en el valle de Chanchamayo (Junín). A través de pequeños agricultores que tienen entre 0.5 y 1 ha, la empresa hoy está manejando 100 ha en esa zona, cuya producción se procesa en La Merced, donde existen dos plantas de proceso, una para piña y otra para naranaja, que son usadas para el maracuyá. “La semilla que se llevó allá es limpia y como la zona es nueva para el cultivo va a ser fácil transferir tecnología que se está usando en la costa”, precisa. Precisamente en Chanchamayo se inició la cosecha a finales de febrero, esperando que el pico productivo sea en abril. El pronóstico es obtener unas 15 t/ha, aunque siempre con el objetivo de sacar los mayores rendimientos posibles, siempre con un huerto bien manejado.