Claves para un programa de manejo que marque la diferencia
El oídio es el principal problema fitosanitario en la uva de mesa en Perú, demandando hasta 25 aplicaciones por campaña. Más allá de la presión del patógeno, la eficiencia en las aplicaciones es determinante para su control. En este artículo, el Dr. Luis Álvarez, experto en fitopatología, comparte una propuesta de programa de manejo fitosanitario que considera la rotación de moléculas, estrategias residuos cero y el uso de biológicos para evitar resistencias y garantizar la calidad de la fruta.

El manejo del oídio se sustenta en el control químico, con programas que involucran diferentes fungicidas y aplicaciones realmente efectivas.
De acuerdo al fitopatólogo Dr. Luis Álvarez, decano de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cañete, si nos basamos en el número de aplicaciones que son necesarias para controlar el patógeno, el mayor problema fitosanitario de los productores peruanos de uva de mesa es el oídio. Dependiendo de las zonas –dice– las aplicaciones pueden ir desde 16 hasta 25 por campaña, con énfasis en el período entre floración y cuaja, en el que un ataque de la enfermedad puede tener repercusiones directas en la producción. Añade que el principal ítem del presupuesto en fitosanidad en una campaña suele corresponder a este patógeno, lo que da una idea clara de su predominancia en cualquier programa de manejo fitosanitario.
El Dr. Álvarez remarca que el problema con esta enfermedad no es la presión del patógeno en sí, sino las fallas en la eficiencia de las aplicaciones. “El problema pasa no tanto por el patógeno, sino, particularmente, por el tema de la aplicación de los fungicidas. Cuando tenemos problemas con la eficiencia de las aplicaciones, tenemos problemas de presión de oídio. Se suele decir que ‘una vez que entró, es difícil sacarlo’ y es verdad, porque una vez que entra a las bayas, es más complicado controlar la infección”.
La clave para controlar el oídio, entonces, es un manejo correcto de las aplicaciones. Pero, ¿cómo se logra una aplicación eficiente? “Hay que tener en cuenta varios aspectos. La aplicación eficiente tiene que ver con la cobertura: cuánto mojo el follaje, y eso tiene que ver con la velocidad del equipo de aplicación, porque si va muy lento, obviamente va a haber exceso de agua y por ende sobredosis, si va muy rápido, va a haber subdosis”. En ese sentido, el fitopatólogo indica que para hacer una buena cobertura, lo ideal es que los tractores circulen a una velocidad de entre 4 y 5 kilómetros por hora.
“Una buena aplicación también tiene mucho que ver con el tamaño de la gota, esto es, con el tipo de boquilla que se utiliza. Tiene que ver con aplicar cuando no haya mucha velocidad del viento, para que no pueda llevarse la gota. Y con la cantidad de agua que se aplica”, agrega.
El oídio ataca entre brotación de 10 centímetros y envero, pero la etapa crítica es entre floración y cuaja. Entre brotación y envero se suelen hacer entre 14 y 25 aplicaciones por campaña. El Dr. Álvarez dice que cuando las bayas llegan a envero y alcanzan unos ocho grados Brix, ya no se hacen apetecibles para el patógeno. Sin embargo –anota–, lo recomendable es continuar haciendo aplicaciones porque el oídio todavía puede entrar al raquis y producirle lesiones.
NUEVAS MOLÉCULAS PARA NO AFECTAR LA COMERCIALIZACIÓN DE LA FRUTA
El manejo de la oidiosis se sustenta, básicamente, en el control químico, con programas que involucran diferentes fungicidas. Pero una de sus principales limitaciones es que su uso excesivo puede generar residuos por encima del umbral permitido, lo que impediría la comercialización del producto. El Dr. Álvarez señala que hasta antes de la floración, no hay inconvenientes con las aplicaciones y que se pueden hacer las rotaciones con las moléculas existentes en el mercado con bajo riesgo de que permanezcan hasta el momento de la cosecha. “Pero después de flor o de cuaja, ahí es cuando ocurre el problema, porque ya no se pueden usar la mayoría de productos en rotación de acuerdo a las prácticas y entonces se tiene que incorporar cierto tipo de estrategias de rotación de materias activas que tienen mayor tolerancia en los mercados”.
El Dr. Álvarez dice que, si bien se trata de un dolor de cabeza para todos los productores, el impacto es mayor en las zonas productoras del norte, debido a que la mayor temperatura causa mayor crecimiento del brote y mayor biomasa foliar.
Esto obliga a que las aplicaciones se hagan en intervalos cada vez más cortos. “Pero, en general, se ha incrementado el problema tanto en el norte como en el sur; antes, en Ica se hacían aplicaciones cada siete días y ahora se hacen cada cinco. En Piura se hacían cada cinco días y ahora se hacen cada cuatro o tres días”, indica.
Remarca que cuando comenzó el boom de la vid en Ica, a mediados de los años noventa, las principales herramientas contra el oídio eran el azufre y los triazoles, hasta que, a inicios de los años 2000, se sumaron al paquete de control los fungicidas de la familia de las estrobilurinas. Con la aparición de nuevos grupos FRAC, el número de moléculas se ha ampliado, permitiendo diseñar programas que consideren las tolerancias de los ingredientes activos en los mercados. “Al principio las estrobilurinas se usaban bastante, de manera preventiva, pero ahora cada vez menos, por el tema de que muchas de ellas son bastante persistentes, generan residuos y son muy proclives al desarrollo de resistencia a las dosis en campo”, dice.
ROTAR MÁS GRUPOS FRAC PARA EVITAR RESISTENCIAS
El otro gran desafío del control químico es la resistencia. El Dr. Álvarez señala que el patógeno estuvo desde hace mucho tiempo en el Perú en su fase asexual, pero que a inicios de los años 2000 se le detectó en su fase sexual (Erysiphe necator). La reproducción sexual del hongo genera nuevas variantes, lo que puede favorecer la aparición de cepas más agresivas o resistentes a los fungicidas.
Como explica el fitopatólogo, la resistencia tiene que ver con la capacidad del patógeno de sobrevivir a una aplicación o a una dosis que antes era letal. Este problema es causado por el uso de productos que penetran en la planta y actúan en una zona específica de la célula del hongo. Los triazoles, por ejemplo, actúan en la membrana celular; los benzimidazoles actúan en el núcleo, inhibiendo la síntesis del ADN; y las carboxamidas y las estrobilurinas actúan en las mitocondrias, inhibiendo la respiración celular Cuando una materia activa es usada de manera excesiva, existe el riesgo de que se produzcan resistencias. Y la resistencia se produce no solo a esa materia activa, sino a toda la familia o grupo químico.
De ahí la importancia de las rotaciones. El fitopatólogo subraya que mientras más grupos FRAC se utilicen, menos será el riesgo a tener resistencias a fungicidas. “La resistencia se da a la familia de la molécula. Una familia puede tener diferentes materias activas, pero cuando se produce resistencia, no es a la molécula, sino a toda la familia, porque toda la familia actúa en un solo punto de la célula fungosa. Precisamente por eso se hacen las rotaciones. Cuanto más familias o grupos FRAC utilicemos, más bajo va a ser el riesgo de desarrollo de resistencias a productos”.
EL FOCO ESTÁ EN LOS PRODUCTOS RESIDUOS CERO
Hay fungicidas denominados ‘multisitios’ –entre los más conocidos están los ditiocarbamatos, los azufres, los cobres y los peróxidos– que pueden actuar en diferentes puntos de la célula, por lo que resultan menos proclives a la generación de resistencia. Sin embargo, también tienen limitaciones, entre ellas, su reducida eficacia curativa, necesidad de múltiples aplicaciones y, en algunos casos, fitotoxicidad en la fruta.

“Hoy en día, las principales empresas de agroquímicos están más enfocadas en los productos cero residuos, seleccionando aquellos que son más eficaces y que no tienen impacto sobre la calidad de la fruta”, dice el Dr Álvarez. Agrega que entre los más comunes figuran el bicarbonato de potasio, diversas especies del género Bacillus y los extractos de orégano y de árbol de té, entre otros.
Bacillus subtilis y Bacillus amyloliquefaciens, por ejemplo, actúan sobre la síntesis y transporte de lípidos y la integridad de la membrana del hongo. Y extractos vegetales como el de orégano (Origanum vulgare) y el del árbol de té (Melaleuca alternifolia) también alteran las estructuras celulares del patógeno, evitando su propagación.
UNA PROPUESTA DE PROGRAMA ESTÁNDAR
Considerando previamente que los programas de manejo del oídio dependen mucho de las características de las zonas de producción, el Dr. Álvarez se animó a delinear, para efectos de este artículo, un programa estandarizado, que cubra desde brotación de 5 cm hasta envero y que considere las rotaciones de familias FRAC y la inclusión de productos orgánicos y biológicos.
En brote de 5 cm –dice– se puede comenzar con triflumizol, un fungicida sistémico del grupo de los imidazoles. Se puede seguir con metrafenona, un ingrediente activo del grupo de las benzofenonas, que afecta la morfogénesis del hongo e interrumpe la esporulación. Y continuar con difenoconazole, de la familia de los triazoles, que inhibe la biosíntesis de ergosterol, un componente clave de la membrana celular del hongo.

Luego –indica– se pueden empezar a aplicar azufres, “para ir rompiendo ciclos”. Seguir con meptildinocap, del grupo de los dinitroanilinas; aplicar otra vez metrafenona; y continuar con bupirimate, de la familia de las pirimidinas, que inhibe la biosíntesis de ácidos nucléicos del hongo. En este punto, volver a aplicar azufre y, acto seguido, usar el pyriofenone, de la familia de las fenil-acetil-pirazoles, que interfiere en la formación de la pared celular del patógeno.
BIOLÓGICOS Y ORGÁNICOS EN CRECIMIENTO DE BAYAS
Ya en floración, el Dr. Álvarez propone emplear fluopyram (del grupo de las carboxamidas) + pirimetanil (de la familia de las anilinopirimidinas). En ciertas variedades se hace necesario ingredientes activos contra botrytis, por lo que recomienda recurrir al difenoconazole + cyprodinil. Seguir con boscalid y ya saliendo de floración, aplicar spiroxamine, un fungicida del grupo de las espirocetalaminas, que inhibe la biosíntesis de esteroles.
En la etapa de crecimiento de bayas, las estrategias deben considerar moléculas que tengan mayor tolerancia en los mercados, en rotación con productos orgánicos y biológicos. Por ejemplo, empezar con extractos de orégano y de árbol de té, seguidos de flutianil, un fungicida que actúa inhibiendo la formación del apresorio, evitando que el hongo penetre en los tejidos de la planta. Continuar la rotación con un Bacillus y, luego, con cyflufenamid, otro ingrediente activo con tolerancia en los mercados.
El programa, según el Dr. Álvarez, puede proseguir con miclobutanil, fungicida del grupo de los triazoles, y, después, con azufre, seguido de polioxina B, un producto que inhibe la biosíntesis de quitina, deteniendo el crecimiento del hongo, de baja toxicidad y sin residuos. El último fungicida químico en ser aplicado podría ser el boscalid, a partir del cual las aplicaciones hasta envero deben involucrar, preferiblemente, biológicos y metabolitos de Bacillus o de Trichoderma.
El GPGV, un virus que podría ser un problema en el futuro
En noviembre de 2024, una investigación liderada por el Dr. Luis Álvarez reportó por primera vez la presencia del virus Pinot gris de la vid (‘grapevine Pinot gris virus’ o GPGV, por sus siglas en inglés) en uvas de mesa en Perú. Fue tras haber observado entre 2022 y 2024 algunas plantas en viñedos comerciales de Ica con síntomas que incluían entrenudos cortos, atrofia y deformación de las hojas y moteado clorótico en las láminas foliares. En la fructificación, los síntomas incluyeron heterogeneidad en el desarrollo de las bayas, maduración tardía y, en consecuencia, reducción del crecimiento.
La investigación recolectó 52 muestras de hojas y brotes de parras enfermas (12%) y asintomáticas (88%) de 22 cultivares diferentes. Luego de análisis con técnicas de identificación molecular, se detectaron aislamientos de GPGV en muestras sintomáticas y asintomáticas. En las plantas asintomáticas, no hubo evidencias de impacto en la producción. El Dr. Álvarez dice que, por ahora, el GPGV no constituye un problema para los cultivos de uva de mesa en el país, pero que hay que seguir investigando para saber si podría serlo en el futuro.