Virus rugoso del tomate (ToBRFV), una lucha continua
Desde que apareciera por primera vez en Oriente Medio hace una década, el ToBRFV se ha expandido a las principales zonas productoras de tomate del planeta. Presente en el país desde 2018, los productores han comprendido que, de ahora en adelante, deberán convivir con él. Para ello, han implementado estrategias de control con el fin de reducir al mínimo los riesgos de contagio. El próximo paso será contar con más variedades tolerantes a la enfermedad.
Los síntomas de características virales que se observaron en tomateras en Ohad, Israel, hace casi exactamente una década atrás, dejaron contrariados a productores, técnicos, agrónomos e investigadores. Eran casi idénticos a los del tobamovirus, que causa el ‘Tobacco mosaic virus’ (TMV) y el ‘Tomato mosaic virus’ (ToMV). Sin embargo, no podía ser ninguno de ellos, porque en las variedades donde se había encontrado esta ‘nueva’ enfermedad tenían el gen ‘Tm-22’, que las hacía resistentes a TMV y ToMV. Mientras se trataba de escudriñar de qué se trataba, se reportaron síntomas similares en plantas de tomates en 2015, pero esta vez en Jordania. Al poco tiempo, y tras una serie de pruebas en laboratorio se logró determinar la presencia de un nuevo virus, relacionado a TMV y ToMV.
Se le llamó ‘Tomato Brown rugose fruit virus’ (ToBRFV) o Virus rugoso del tomate que, desde Oriente Medio, y en pocos años, ha logrado expandirse a diferentes zonas de producción en el mundo. En 2016 se reportaba en Kuwait y Arabia Saudita, mientras que en 2018 ya estaba Palestina, en 25 ha de tomate bajo invernadero en Alemania y en plantas de tomate en Sicilia y Piemonte, en Italia. En otoño de 2018 el virus había ‘cruzado’ medio mundo para instalarse en California, mientras que en febrero de 2019 se había confirmado su presencia en 20 estados, a lo largo y ancho de México, tras un primer reporte en la zona de Vizcaíno, en Baja California Sur.
La alta contagiosidad de este virus preocupa a toda la cadena de una industria que todos los años produce millones kilos y genera retornos por miles de millones de dólares. Ello, porque sus síntomas -deformaciones, manchas y rugosidad en la superficie de los frutos-, reduce significativamente la calidad comercial del producto.
Raymundo García Estrada es investigador del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) en Sinaloa explica que el rugoso del tomate necesita estar dentro de las células de la planta para multiplicarse y apoderarse de su núcleo para manipular su metabolismo y favorecer su propia replicación. “Al infectar a una planta, este virus altera la maquinaria celular del vegetal para que produzca proteínas y enzimas necesarias para su replicación. Esto convierte al virus en un parásito obligado, lo que significa que depende completamente de la planta para completar su ciclo de vida, y lo hace sin matar al vegetal porque eso implicaría también su propia muerte”.
El experto precisa que la distribución del virus se realiza a través de la semilla de los jitomates. Una vez establecido en el campo en el campo se dispersa en pocos días principalmente por el manejo o manipulación mecánica de las plantas, ya sea a través de las propias manos de los trabajadores, como también de su ropa, sus herramientas y también por la estructura de invernadero o las máquinas de trabajo que se emplean también a campo abierto, como son los tractores.
Dependiendo del sistema de producción de la plántula será la afectación del virus. “La forma típica de transmisión ocurre cuando se hacen injertos, pues se van a empezar a contaminar las plantas, ya sea por medio de las navajas que se utilizan, al momento manipular esas plántulas o al momento de hacer trasplantes. En un lapso de 15 días la distribución de la enfermedad va a ser muy amplia”, advierte el especialista del CIAD.
Asimismo, no importa el tamaño de la planta para que haya contaminación en la finca. En plantas pequeñas ocurrirá en la dirección donde se hacen las labores, pero en una planta grande la trasmisión del virus será prácticamente para todas las direcciones, sin un patrón específico.
ES CLAVE SABER IDENTICAR LOS SÍNTOMAS
Una detección temprana de la enfermedad resulta clave que esta no se disperse rápidamente por el cultivo. Para ello, es fundamental conocer cuáles son los primeros síntomas que provoca la enfermedad y analizar muy bien el cultivo, sobre todo la parte apical, analizando las hojas y verificando que no presenten cambios, recomienda el especialista del CIAD.
“Es crucial saber que los síntomas en las plantas enfermas aparecen después de quince días, manifestándose como debilidad en las hojas apicales, déficit de nutrientes y un patrón de mosaico, es decir, la presencia de áreas de verde oscuro alternadas con áreas claras o amarillas, así como arrugamientos o deformaciones”, explica García Estrada.
A medida que el virus incrementa su población o partículas virales dentro de la planta, el tipo de daño que causa varía en función de la carga viral. Esto puede llevar a que las hojas reduzcan su tamaño hasta quedar extremadamente delgadas.
Tras siete semanas de infección, que es cuando se producen los frutos, es posible observar tumores, pequeñas protuberancias o manchas con depresiones en los tomates, otorgándoles una apariencia rugosa que se va tornando de color café. “Por esta razón, en algunos híbridos se dice que les a atacado el ‘virus café rugoso’”, precisa el experto y aclara que debido a la amplia gama de tipos de tomates que existen -bola, saladette, Cherry…- y la sintomatología de la enfermedad puede variar según el tipo.
“Los frutos con menor resistencia al virus pueden deformarse, incluso llegar a adquirir formas cuadradas. Otros materiales no alcanzarán una maduración adecuada o sufrirán cambios en su sabor. También se verán afectados internamente, lo que deteriora su calidad organoléptica y los privará de los nutrientes que aportaría una planta sana. Estos daños disminuyen la calidad del fruto y hacen que no sean aptos para la exportación”, explica el especialista, añadiendo que, por ejemplo, aquellos tomates del tipo cherry muestran una mayor resistencia al virus. “Lo es porque genéticamente está menos modificado y posee mayores defensas”, apunta García Estrada.
IMPACTO DEL MANEJO AGRÍCOLA ANTE EL RUGOSO
La severidad del impacto del ToBRFV en los cultivos de tomate varía según la manipulación y el manejo que se realice en la planta, así como la densidad de la siembra por hectárea. Asimismo, la incidencia del virus será diferente en un cultivo establecido bajo invernadero que en otro al aire libre. Así, por ejemplo, en una hectárea de un cultivo de tomate bajo invernadero se puede sostener entre 25.000 y 50.000 tallos, versus los 14.000 que hay en un cultivo al aire libre, donde además la manipulación es mínima, es decir, las plantas no son podadas ni deshojadas.
“En consecuencia, los invernaderos de muy alta tecnología experimentan un impacto más severo del virus debido a la necesidad de manipular una mayor cantidad de plantas densamente agrupadas, lo que incrementa el riesgo de contagio por contacto”, advierte el especialista, agregando que los tomates de tipo indeterminado, que tienen ciclos de crecimiento más largos y requieren mayor manipulación, son más susceptibles al virus en comparación con los tomates determinados, típicamente cultivados en campos abiertos, que alcanzan una altura limitada y no crecen más allá de cierto punto.
CONTROL Y PREVENCIÓN ANTE SU RÁPIDA DISPERSIÓN
Para el control del ToBRFV se recomienda el tratamiento de las plantas de tomate con desinfectantes o productos específicos para eliminar el virus de la superficie de las semillas.
“Antes de entrar a los campos, invernaderos o parcelas; los agricultores deben tomar medidas rigurosas para evitar ser portadores del virus. Es esencial lavarse las manos con agua y jabón, secarlas bien y desinfectarlas. La esterilización de la ropa y el paso por tapetes sanitarios son cruciales para prevenir la transmisión del virus a través del calzado o las suelas. La desinfección constante es clave, dado que el virus puede dispersarse rápidamente con el contacto de la ropa”, explica García Estrada.
La elección de productos desinfectantes adecuados es vital. Aunque los cuaternarios de amonio son comúnmente utilizados, “su efectividad contra este virus es limitada”, advierte el experto. En cambio, la triples sales potásicas, usadas en la ganadería y en invernaderos, y el cloro muestran mejores resultados.
“En caso de que una planta se infecte, es necesario cortarla y removerla de su sustrato, dejarla marchitar y luego extraerla sin entrar en contacto con otras plantas. Posteriormente, la planta afectada debe ser colocada en costales o cajas para su incineración o entierro”, recomienda.
“La erradicación del virus una vez que infecta la planta es imposible con productos químicos. La única forma de matar el virus cuando ya está dentro de la planta es matando la planta”, afirma Sin embargo, es posible retrasar la replicación del virus y hacer más evidentes los síntomas mediante la aplicación de ciertos fertilizantes, aunque esto no detendrá la progresión de la enfermedad.
Es importante reconocer que el virus puede transmitirse a entre cuatro y cinco plantas vecinas, manifestándose en un lapso de dos semanas. “Por ello, es crucial detectar y eliminar lo antes posible los vegetales enfermos y aquellos en su proximidad, así como establecer una cuarentena en el área afectada”, dice. Asimismo, recomienda monitorear durante dos semanas adicionales para tener la seguridad de que no aparecerán más plantas enfermas.
ADAPTACIÓN EN LA ERA DEL ToBRFV
La convivencia con el virus rugoso del tomate ha llevado a los agricultores a mejorar el manejo de sus cultivos. García Estrada destaca que antes de la aparición de este virus, ya se enfrentaban a una bacteria de alto riesgo conocida como cáncer bacteriano (Clavibacter michiganensis), cuya transmisión también es mecánica. “Con esa bacteria, aprendimos muchas de las estrategias de desinfección para invernaderos”, aclara.
La llegada del ToBRFV impulsó el refuerzo de estas estrategias de desinfección y la modificación en el uso de algunos productos, dado que los cuaternarios de amonio, efectivos contra la bacteria, no lo son contra el virus.
Y es común que las plantas de tomate sufran los ataques de la bacteria y del virus simultáneamente. “En México, recomendamos tratar la semilla para prevenir tanto el cáncer bacteriano como el virus rugoso del tomate. Para el cáncer bacteriano, que se encuentra dentro de la semilla, se utiliza un tratamiento hidrotérmico. Posteriormente, se aplica cloro o triples sales potásicas para tratar el virus rugoso, recomendando en invernaderos una concentración de cloro de 2.000 ppm”, sostiene el especialista del CIAD.
Actualmente, los productores se sienten más seguros y no temen tanto al virus rugoso, ya que han aprendido a convivir con este problema. Además, las compañías de semillas están avanzando rápidamente en la obtención de materiales resistentes al virus.
“Hace seis años, el miedo al virus rugoso era comparado con el temor generado por el Covid-19 especialmente porque los agricultores desconocían cómo proteger sus cultivos, llegando a perder hasta el 100% de su producción”, grafica García Estrada. Y es que una enfermedad de este tipo, sin manejo ni control, es capaz de hacer colapsar una plantación y todos los frutos afectados no calificarán para el mercado de exportación. En los primeros años el virus causó graves pérdidas productivas y económicas, sobre todo a las empresas agroexportadoras y productores ubicados en Michoacán y Jalisco.
“Desde 2019 hemos estudiado este virus y descubrimos que, de 47 híbridos, 14 de los que se usaban tradicionalmente en México poseían una tolerancia natural al virus, especialmente las variedades especializadas, un hecho desconocido incluso para los propios productores”, explica García Estrada.
Una modificación significativa que ha ocurrido en la industria mexicana de tomates, y que ha contribuido a un manejo de la enfermedad, ha sido la reducción de los ciclos de cultivo. “En lugar de cultivar plantas y que estas alcancen entre 18 y 24 racimos, los han limitado a ciclos que van entre 10 y 12 racimos. Eso ha permitido minimizar la manipulación y, con ello, el riesgo de transmisión del virus”, precisa el investigador del CIAD, quien sostiene que el futuro pasará por el uso de variedades tolerantes o resistentes al virus. Ya las casas de semillas han asumido el desafío de obtener materiales tolerantes y resistentes. La carrera ya está jugada y la aparición de nuevas variedades es solo una cuestión de tiempo.