Reguladores de crecimiento: la necesidad de pensar en un programa integral
La historia de los reguladores de crecimiento en uva de mesa está inevitablemente ligada a un nombre: ácido giberélico, que lleva usándose más de medio siglo en diferentes zonas productoras del planeta. Las dosis y el número de aplicaciones han cambiado con el tiempo y se ha trabajado en combinación con otras hormonas como citoquininas y, más recientemente, con brasinoesteroides. Para el Dr. Alonso Pérez, más que la incorporación de una nueva herramienta a un programa estándar de aplicaciones, se debe pensar en un programa integral, buscando las dosis y las mejores épocas para distintas alternativas de reguladores de crecimiento, como una medida para disminuir los efectos colaterales negativos.
Fue en la década del 50 del siglo pasado cuando se descubrieron los primeros efectos del ácido giberélico (AG), y una de sus primeras aplicaciones prácticas en la agricultura fue, precisamente, en la uva de mesa, cuando un grupo de científicos se dio cuenta de que esta hormona tenía propiedades para aumentar el tamaño de las bayas de variedades sin semilla como ‘Thompson Seedless’ que, por esos años, se usaba en la industria de las pasas. Tras comprobarse su efectividad, casi de inmediato se comenzó a usar para la producción de uva de mesa.
Para esta industria este fue un gran hito, permitiendo que aquellas variedades sin semilla que se producían esos años, se pudiesen vender comercialmente a buenos precios. Antes de la llegada del AG eso no era posible, porque si bien las bayas crecían, ayudadas por otras prácticas, no lo hacían al tamaño que conocemos hoy.
Entre los años 60 y 70 se comenzó a usar de forma más frecuente y en cantidades moderadas para lograr ese crecimiento. Sin embargo, una vez qv ue las bayas ya habían crecido, se hacía necesario alargar el escobajo del racimo, para acomodar estos nuevos tamaños de baya. No fue el único uso que le dieron los productores, ya que no pasó mucho tiempo cuando comenzaron a usar el AG para el raleo en flor. “Esa es la aplicación más errática”, advierte el Dr. Alonso Pérez, investigador de la Facultad de Agronomía de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), sobre una labor que hoy en día se sigue usando en los campos. “No es un uso que debiésemos darle, porque es poco efectiva y trae consigo otros efectos negativos. Todas estas aplicaciones exógenas se hacen con un propósito específico, en una época específica y con una dosis determinaba. Pero el funcionamiento vegetal o de los distintos órganos del fruto, o incluso de la parte aérea, son mojados por las aplicaciones y pueden afectar otros procesos”, explica. Es decir, estas aplicaciones de AG para raleo, también generan expansiones en los ovarios o en las bayas recién cuajadas, que tienen una consecuencia medible en cosecha y, potencialmente, afectando a la poscosecha.
“Lo más conocido es que, cuando se hacen aplicaciones para raleo de flores, eventualmente se podría estar afectando la fertilidad de yemas, porque estas también se mojan. Entonces, de cara al próximo año habrá un menor retorno floral, menos primordios de inflorescencia y, por ende, menos racimos; una situación que ocurre incluso en variedades de alta floración”, sostiene el investigador de la PUC.
A partir de los años 80 y 90 los productores aumentaron las aplicaciones, aun cuando las etiquetas de estos productos recomendaban, por ejemplo, tres aplicaciones para crecimiento. Sin embargo, eso ha ido cambiando con el transcurso del tiempo. “En Thompson Seedless, hoy en día se hacen entre cinco y ocho aplicaciones e incluso un par más para darle una terminación a los racimos cerca de pinta”, precisa el Dr. Pérez. Pero, ¿es sostenible un programa de aplicaciones como este? “Creo que no, porque nuestros datos sugieren que tienen un efecto negativo en poscosecha y esa consecuencia no es fácil de visualizar para los productores. Pero cada vez hay más conciencia que estas aplicaciones de reguladores de crecimiento en precosecha afectan a otras etapas importantes, como es la poscocecha”, responde.
Con la aparición de nuevas variedades ha habido una serie de ajustes, “sobre todo porque, de acuerdo a los distintos programas de mejoramiento, estas variedades crecen más, de forma natural. A raíz de esto, los programas de reguladores de crecimiento se han ido intensificando más en variedades como Crimson Seedless, empezando con dos de 1 ppm para raleo y 10 ppm para crecimiento, pero muchos agricultores han terminado con 20 ppm para crecimiento, haciendo dos aplicaciones por las demandas que han ido imponiendo los mercados. Es comprensible que eso haya ocurrido, porque al AG tiene un impacto muy potente en el tamaño de las bayas”, explica
Sin embargo, cuando se realizan prácticas como la descrita anteriormente, se generan problemas que no son tan evidentes, por ejemplo, un estrés físico de presión hacia la piel de las bayas, que quedan muy propensas, tras la cosecha, a fisuras o partiduras superficiales del tipo ‘hairline’, o roturas más profundas que sirven para la entrada de patógenos. No son las únicas, porque también se generan desgranes de los racimos.
AG + CITOQUININAS HIZO QUE LOS PROBLEMAS FUESEN MÁS VISIBLES
En el Chile de los años 80, y dos décadas antes que California, junto al AG se empezó a usar citoquininas, “una práctica que no es recomendable”, sostiene el Dr. Pérez, porque aumentó los problemas e hizo que estos fuesen más visibles: Las bayas eran de un tamaño mucho mayor y había un engrosamiento, casi grotesco, del escobajo. El resultado de esto es que se dejó de usar citoquininas durante el crecimiento de las bayas.
“Eso no fue analizado de manera integral, ya que lo que se hizo fue añadir una nueva herramienta al programa, en este caso la citoquinina. Los resultados fueron muy evidentes, y fueron comunes los efectos negativos, particularmente en lo que se refiere al desgrane de los racimos, que era muy evidente. Cuando se introdujeron las citoquininas cambiaron poco o nada los manejos que se hacían con AG, entonces estos dos manejos en conjunto generaron esos resultados”, explica el investigador, quien plantea que cuando se cambia o se introduce una nueva herramienta hormonal, se debería repensar cuál es su mejor posición dentro del desarrollo fenológico, cuál es el principal efecto que ocasiona y cuáles pueden ser las consecuencias negativas de su uso. “En base a eso, ver cuál es la mejor oportunidad de acción de esta nueva herramienta. Hay que repensar también todos los programas anteriores, para así poder disminuir los efectos colaterales negativos”, sostiene.
En Chile se dejaron de usar las citoquininas en los años 90, mientras que California las comenzó a emplear a partir del año 2000, cuando notaron que estaban siendo usadas por los productores mexicanos. “Tras eso, se volvieron a usar en Chile, claro que con otro enfoque”, precisa.
Pero, ¿cuáles son los efectos de las citoquininas? “Es una hormona que genera división celular, y la mayor oportunidad de división celular ocurre cuando se está formando el ovario, que va a generar la baya. Entonces, se aumenta el potencial de generar más células, para luego expandirlas con un uso moderado de AG, pero con un mucho mejor potencial de guarda que, en cierta forma, previene las fisuras y los desgranes. El AG es un promotor de la juvenilidad, entonces retarda la acumulación de azúcares, se hace más difícil la toma de color. Pero en la medida que se aumenta el número de aplicaciones, crece la acumulación total de AG, afectando a todo el proceso”, explica el Dr. Pérez. Pero, al tener un programa más moderado de AG, sumándole citoquininas mucho antes de floración, ayuda a cosechar antes, si es que eso es interesante para el productor, pero también a tener una maduración más equilibrada, entre la acumulación de azúcar, el desarrollo de color e impacto en poscosecha.
Otro tema que ha ayudado a la comprensión de esto es que las nuevas variedades de uva de mesa requieren un menor uso de AG, según las indicaciones de los diferentes programas de mejoramiento. “Muchas veces son súper sensibles y se notan los efectos negativos en el retorno floral. Algunas de estas variedades, si usamos AG para hacerlas crecer, el próximo año tendremos una menor inducción de racimos”, sostiene el especialista. Entonces, el efecto colateral es bien notorio y, por ello es que se están buscando alternativas a la ‘visión clásica’ de solo usar AG, “porque en vez de buscar el tamaño máximo de bayas, lo que se busca es una uniformidad de estas”, remarca.
Otros reguladores de crecimiento con potencial
El investigador de la PUC explica que están interesados en conocer la efectividad de algunos bioestimulantes que contienen auxinas. “Esto nace de la retroalimentación que tenemos con los productores, ya que son ellos quienes han tenido buenas experiencias con este tipo de productos. Nos interesa confirmar si funcionan y tratar de entender cómo se generan los efectos que ellos describen. Además, está la idea de trabajar con lecitinas y productos en base a silicio, sobre todo porque hay interés en una parte de la industria de la uva de mesa”.
NUEVAS VARIEDADES, NUEVOS AJUSTES EN LOS MANEJOS
Cuando comenzaron a aparecer las nuevas variedades de uva de mesa, la mayoría de los programas de mejoramiento decían que estas no requerían o sí, pero en menores cantidades, reguladores de crecimiento. “Pero, por el estándar técnico y la preferencia de los mercados, estoy casi seguro que terminaremos usando más AG de lo que los programas de mejoramiento prometían, porque es el requerimiento del mercado, el tener bayas grandes y uniformes”, pronostica Alonso Pérez sobre una herramienta que ya se ha usado y, si bien sus dosis y aplicaciones son menores que en las variedades tradicionales, se ha logrado mejorar la uniformidad de tamaño de las bayas.
Sin embargo, hay una serie de problemas colaterales que son más marcados que con las variedades clásicas. “Debemos estudiar por qué se produce un menor retorno floral. Se debe tener en cuenta que recién estamos teniendo volúmenes de producción importantes y estables y, por lo mismo, es tiempo de realizar evaluaciones de poscosecha”, sostiene. Y ya es tiempo porque otro tema relevante, según el Dr. Pérez, es el escobajo de las nuevas variedades, “que es muy propenso al pardeamiento y deshidratación”.
Si bien la industria estaba ‘acostumbrada’ al pardeamiento del escobajo en las variedades tradicionales, con la aparición de las nuevas variedades, se hace necesario repensar los manejos, sobre todo porque los programas clásicos de uso de reguladores de crecimiento favorecían el desarrollo del escobajo para permitirle una mejor vida de poscosecha. “Pero en una nueva variedad ese programa es diferente, por lo tanto, el escobajo no se desarrolla de la misma forma, presentando síntomas de deterioro en frío. Podría ser que, genéticamente esos escobajos no fueron seleccionados para las guardas que necesitamos en Chile para llegar a los mercados de destino”, explica. Pero este es un tema continúo, sobre todo cuando la mayoría de los programas de mejoramiento tienen una tercera generación de variedades, liberadas o prontas a liberar, con características que aún son desconocidas, “con las que se deberá repetir el proceso, en la medida que haya un grupo de variedades con características diferentes”, remarca.
BRASINOESTEROIDES, LA NUEVA HORMONA
Si bien los brasinoesteroides fueron descubiertos en los años 60, se ha demorado bastante tiempo en la caracterización de sus efectos, porque normalmente en los vegetales están en concentraciones bajas. “De hecho, las aplicaciones exógenas son de muy baja concentración, comparado, por ejemplo, con el AG”, precisa el Dr. Pérez. Lo que sí se ha descubierto es que participan en muchos procesos del desarrollo de varias especies vegetales, por ejemplo, en la formación y germinación de semillas, formación de raíces y desarrollo de fruto en varias especies.
Concretamente en la uva de mesa, fue un grupo de investigadores australianos quienes en 2006 descubrieron su efecto en la maduración de las bayas, en uva vinífera,. “También se ha demostrado que son importantes para la formación del fruto”, afirma el experto. Los brasinoesteroides se emplean en concentraciones muy bajas e interactúan con otras hormonas, y fuera de participar en los procesos ya descritos, también se ha comprobado un efecto anti estrés (abiótico y biótico). “En algunos casos se ha reportado que mejoran la respuesta al ataque de patógenos o plagas e incluso sirven para recuperar plantas ante procesos de intoxicación con herbicidas”, sostiene.
Además, los brasinoesteroides se pueden combinar con otras hormonas. En un trabajo ejecutado por el equipo que lidera el Dr. Pérez, desarrollaron un programa de aplicaciones sobre variedades ‘Thompson Seedless’ y ‘Crimson Seedless’, donde en preflor usaron citoquininas, entre 40 y 50 días antes de plena flor. Tras ello, aplicaron una cantidad moderada de AG durante el crecimiento de la baya y al final de la fase 1 lo cambiaron por brasinoesteroides, que incluso podía llegar hasta pospinta. “Ese programa nos dio un mayor potencial de guarda de la fruta”, afirma el investigador, quien subraya en la idea de “pensar en un programa integral, buscando las dosis y las mejores épocas para distintas alternativas de reguladores de crecimiento, más que incorporar uno nuevo en el programa estándar”. Los próximos trabajos con brasinoesteroides, y con los reguladores de crecimiento en general, se enfocarán en la firmeza de las bayas, pero no es lo único, ya que los trabajos estarán dirigidos a establecer su asociación en los cambios en la maduración.