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Planteamiento con 20 años de datos climáticos y productivos en Chile:

Las horas de frío para el cerezo se juegan en 3 a 4 semanas entre mayo y junio

Una dormancia invernal adecuada es un requisito para una brotación y floración sincrónica, además de ser determinante en la cuaja y en la producción del cerezo. Saber tempranamente cómo viene la temporada permite tomar decisiones de manejo, logística y comercialización. Los modelos de frío actuales dan una idea al respecto, pero con gran variabilidad cuando las condiciones de frío invernal son “intermedias”. A partir del análisis de dos décadas de información en la zona de Curicó, el especialista Luis Valenzuela ha desarrollado una propuesta, la cual, asegura, mejora notablemente la confiabilidad del pronóstico de cuaja y producción ya a comienzos de julio.

15 de Junio 2022 Equipo Redagrícola
Las horas de frío para el cerezo se juegan en 3 a 4 semanas entre mayo y junio

El ingeniero agrónomo Luis Valenzuela, quien se desempeñó durante muchos años como responsable del área de I & D de Copefrut S.A., ha llevado a cabo un estudio sobre la acumulación del frío durante el otoño e invierno y su relación con la dormancia del cerezo, con seguimiento durante más de dos décadas.

La calidad del receso invernal se considera uno de los principales factores asociados a la cuaja y por lo tanto a los rendimientos productivos en el cerezo. Temporadas con suficiente acumulación del frío, pero sobre todo oportuna, se relacionan con una dormancia adecuada y seguida de grandes cuajas. Inviernos con falta de frío en periodos claves coinciden con un mal receso y son acompañados por deficientes niveles de cuaja, aborto de frutos incluso muy próximos a la cosecha, y una calidad heterogénea de las cerezas.

En nuestras condiciones de producción del cerezo, señala el especialista, las yemas productivas no siempre duermen bien. Una dormancia insuficiente las deja sensibles al daño por bajas temperaturas y limita la diferenciación plena de los órganos de la flor (polen y óvulo), siendo afectada su expresión en la cuaja posterior. Esto tiene relación con las condiciones climáticas, especialmente con las temperaturas y su dinámica, ocurridas durante el verano, otoño e invierno.

Evolución adecuada de la caída de hojas: debe ocurrir de manera gradual entre fines de abril y mediados de mayo.

UNA MIRADA A LA HISTORIA DE LA PRODUCCIÓN REVELA CICLOS DE 3-4 AÑOS

Por años el efecto del frío invernal se ha proyectado a través del modelo de Weinberger, desarrollado en los años 50. Este asume que temperaturas entre 0 y 7°C determinan, de manera irreversible, el frío invernal acumulado. Cuantifica las horas dentro del rango indicado desde el 1 de mayo al 31 de julio, asumiendo que se relacionan con la respuesta en cuaja y producción en frutales de clima templado durante la temporada. Sin embargo, la experiencia práctica no respalda la confianza puesta en esta relación (figura 1).

Figura 1. Diferentes años agrupados según la carga final alcanzada y las horas de frío acumuladas previamente, entre el 1 de mayo y el 31 de julio, en Sagrada Familia, Curicó.

Como se aprecia en la figura 1, la acumulación de horas de frío entre 0 y 7°C de mayo a julio, no se correlaciona bien con las cuajas y las producciones logradas para diferentes temporadas. “Si bien los años extremos con frío abundante suelen generar cargas altas, incluso excesivas (sobrecargas), y los años con frío pobre durante el invierno suelen ir acompañados de cargas bajas e insuficientes, el problema predictivo más acentuado se genera en años con acumulaciones medianas según el modelo de frío, que son la mayoría. Estos últimos suelen producir respuestas inesperadas y muy variables, desde cosechas bajas hasta incluso sobrecuaja y carga sobreabundante” afirma Valenzuela.

Existe también el modelo dinámico de las “porciones de frío”, que descuenta el efecto negativo de las horas de calor presentes durante los días invernales soleados y cálidos. Así cuantifica de manera más efectiva la relación del frío con la superación de la dormancia, la brotación, floración, cuaja y producción siguiente. “Si bien las mediciones obtenidas se han correlacionado mejor con las respuestas en brotación-cuaja esperadas en zonas con inviernos con temperaturas cálidas y estables, en nuestras condiciones productivas las porciones de frío acumuladas a una fecha de referencia no han mostrado una relación suficientemente consistente con las cuajas y cargas expresadas para diferentes años (figura 2).

Figura 2. Años agrupados según nivel de carga final alcanzada y porciones de frío registradas correspondientes, al 17 de julio, Curicó.

Al parecer las mediciones consideradas por este modelo no reconocen los efectos de cambios ocurridos durante ciclos de varios días cálidos sucesivos (3 o más) cuya incidencia haría variar la superación de la dormancia de las yemas.

La figura 3 muestra cómo la variación productiva anual de Chile respecto a la tendencia media proyectada es muy significativa. Las caídas en los años de baja producción nacional llegan a 20% como promedio, en tanto en los años de abundancia las alzas llegan a un 30% por encima de la proyección media. O sea, la variabilidad alcanza niveles de alrededor de un 50% entre años bajos y altos, situación complicada y que se ha dado en años sucesivos, por ejemplo entre las temporadas 2016/17 y 2017/18 y también entre la 2019/20 y la 2020/21 (figura 3). En dicha figura se aprecia que los ascensos y descensos se dan en ciclos de aproximadamente tres años, lo cual se relaciona con el impacto de una gran producción sobre la fisiología de los árboles y el desarrollo de sus yemas sub-terminales y terminales tanto en las ramillas como en los dardos que sostendrán la producción en la temporada siguiente y la subsiguiente (figura 4).

Figura 3. Desviación entre años de alta y baja producción de cereza a nivel nacional, respecto de la curva media proyectada.
Figura 4. (A) Dardo con fruta en noviembre de la temporada presente y (B) ramilla. En ambos casos se aprecian las yemas en desarrollo. Tanto las yemas laterales del dardo como las yemas frutales basales de la ramilla producirán fruta en la temporada siguiente, mientras las yemas terminales o punteras sostendrán la producción en la temporada subsiguiente.

Proyectar el nivel de la cuaja con suficiente certeza desde temprano (julio) para las diferentes combinaciones variedad-portainjerto a nivel de huerto es un aspecto relevante por sus considerables efectos sobre la cosecha. A partir de esta base se puede decidir la mejor estrategia de regulación de carga frutal (poda más otras técnicas de raleo). También a nivel de empresas procesadoras, exportadoras y de la industria completa, se requiere predecir la producción real con una anticipación suficiente para planificar la gestión de proceso, logística y estrategias comerciales. Todo ello tendrá gran incidencia sobre los retornos y rentabilidad, muy especialmente para el productor.

Bajo la realidad productiva actual de la cereza en Chile, los años de altísima cuaja son absolutamente indeseables, incluso más que años con cuajas y producciones relativamente bajas. Prever con mucha anticipación y suficiente certidumbre lo que va a ocurrir, permite actuar lo antes posible.

OTROS FACTORES: CARGA DE LA TEMPORADA ANTERIOR Y ACLIMATACIÓN

Por supuesto los rendimientos finales de cada temporada no dependen exclusivamente de la cantidad y calidad del frio invernal acumulado. También inciden de manera importante otros factores, como el nivel de cuaja y carga productiva de la temporada previa, la aclimatación otoñal, la ocurrencia de heladas primaverales, las lluvias caídas durante la floración y madurez de la fruta (cuadro 1). Lo señalado hace complejo establecer una relación únicamente con la acumulación del frío. Por lo tanto, más bien corresponde hablar de tendencias a tener en cuenta para reaccionar, respetando un margen de riesgo.

Cuadro 1. Evolución de los volúmenes de cerezas exportados por Chile (cajas de 5 kg) y causas asociadas con bajas y alzas productivas en últimas 16 temporadas.

La superación efectiva de la dormancia responde en primer lugar a un frío oportuno y acumulado en cantidad suficiente. Este actúa especialmente sobre las reservas carbonadas guardadas por el árbol (almidón) para sobrellevar el invierno, haciendo que queden fácilmente disponibles para que las yemas las utilicen en su brotación, floración, cuaja y producción frutal.

Sin embargo, las reservas carbonadas que son transformadas y liberadas gracias al frío, varían en cuanto a su disponibilidad. Ello depende de cómo fue la carga frutal de la temporada anterior, de la cantidad de carbohidratos acumulados durante el verano previo, y de la manera en que fueron almacenados durante el otoño mientras ocurre el proceso de aclimatación.

De acuerdo con lo anterior, continúa Valenzuela, si consideramos solo aspectos fisiológicos del cerezo relacionados con la cuaja y la producción venidera –excluyendo los efectos negativos de heladas y lluvias ocurridas desde la brotación en adelante–, la segunda causa determinante de bajas productivas corresponde a una aclimatación otoñal deficiente, la que adquiere mayor relevancia cuando el frío invernal es limitado. Una aclimatación deficiente suele ocurrir después de una sobrecarga frutal en el año previo, ya que los árboles terminan con reservas carbonadas limitadas. Así, la sobrecarga previa es el tercer factor incidente sobre una baja productiva. En el cuadro 1 se visualiza cómo las bajas productivas tienden a seguir a temporadas de producciones previas abundantes y también, al revés, temporadas de sobrecarga ocurren después de temporadas de cosechas bajas.

DINÁMICA DE LAS TEMPERATURAS Y SU ASOCIACIÓN CON LAS PRODUCCIONES

Luis Valenzuela utilizó datos meteorológicos de la provincia de Curicó, una de las principales zonas productoras de este frutal en el país, y los relacionó con las respuestas productivas anuales. Profundizó en tres comunas separadas entre sí por aproximadamente 50 km en sentido este-oeste. La primera, Sagrada Familia, situada más cerca de la costa, a 130 metros sobre el nivel del mar (msnm) y con menor acumulación de frío; por lo tanto, más expuesta a sufrir limitaciones productivas. La segunda, Curicó, de características intermedias, a 228 msnm. La tercera, Romeral, hacia la cordillera, a 280 msnm, con mayor acumulación de frío. En este artículo se utilizan ejemplos de Sagrada Familia debido a que es la zona más cálida de las tres estudiadas y por lo tanto está más expuesta a sufrir variaciones productivas por estrés de verano, aclimatación deficiente y frío invernal limitado.

El profesional realizó mapeos térmicos anuales entre mayo y julio, agrupando las temperaturas por categorías:

Menores a 0ºC (heladas).

Entre 0 y 10°C, rango considerado como acumulación de frío efectivo.

De 10 a 14°C, rango neutro o negativo cuando se hace persistente por varios días incluyendo las horas nocturnas.

15°C o más, rango cálido, con efecto negativo para una dormancia adecuada.

Los análisis inicialmente se efectuaron considerando como base a la variedad Bing, por ser exigente en cuanto a sus requerimientos de frío y la más importante al momento de comenzar este trabajo hace un par de décadas. Posteriormente se incorporaron variedades con exigencias bajas y medias de frío, como Lapins y Santina, respectivamente.

La figura 5 muestra lo ocurrido en tres años representativos: uno de gran producción, otro de resultado medio y el tercero de bajo rendimiento, graficando la relación entre los rangos térmicos y el resultado productivo.

Figura 5. Mapas térmicos de 3 temporadas representativas con distintas calidades de dormancia, niveles de cuaja y resultados de producción. Sagrada Familia.

Años de cuaja y cosecha abundante (figura 5a) siguen a inviernos donde las bajas temperaturas (menores a 10°C) dominan de manera consistente, en especial durante junio. Por otra parte, las temperaturas sobre 15°C están casi ausentes en dicho mes. El frío de julio contribuye a la dormancia solo cuando ha ocurrido un enfriamiento previo y luego se mantiene, como en este caso. Respecto de la cuantificación del frío efectivo, serían suficientes 300 horas menores a 7°C, acumuladas con regularidad, en forma temprana, durante 3 a 4 semanas, con baja presencia de fases cálidas (horas sobre 10 °C). Un periodo de alta demanda por frío o en el cual este logra mayor efecto corresponde a la 1ª semana de junio.

El 2007/08 presentó una gran acumulación de frío, más de 300 horas en mayo, 488 en junio y 1.400 en todos los meses. Puede considerarse el año récord del cultivo, ya que se registra el mayor incremento de producción nacional, con cerca de un 70% sobre la cosecha del año anterior. En aquel entonces Bing dominaba en términos de superficie, de modo que cuando se cumplieron sus altas exigencias de frío, el rendimiento se disparó.

Al revisar las temperaturas invernales correspondientes a un año de producción intermedia (figura 5b) se observa una acumulación de frío moderada y bastante estable durante junio. Hay menos horas frías, pero se presentan en forma regular. Se verifican más temperaturas frías durante la 1ª quincena de dicho mes, con abundantes horas bajo 10°C. Mayo no es tan cálido y sus noches son frescas.

En un año de baja producción (figura 5c) se puede ver que en las tres primeras semanas de junio las horas de frio (< 10°C) fueron interrumpidas por completo durante algunos días con temperaturas cálidas (> 10°C). Se trata de una fase fisiológica clave del cerezo, correspondiente a la endodormancia o dormancia profunda. Ante la ocurrencia de jornadas calurosas, las las yemas además de aumentar su respiración y consumir las reservas disponibles para más adelante, parecen interrumpir su dormancia, iniciando incluso su actividad interna prematuramente. Así pasan a un estado de ecodormancia de manera anticipada y se hacen sensibles a las bajas temperaturas de julio (heladas por debajo de -3°C). De acuerdo a la experiencia de Luis Valenzuela, ya con 3 a 4 días completos de temperaturas sobre 10ºC en junio, las yemas suspenden su proceso de dormancia, debilitando su resistencia a condiciones invernales adversas, lo cual conduce a cuajas y cargas limitadas.

La situación descrita es muy distinta a lo que sucede, por ejemplo, en zonas cereceras del hemisferio norte como Washington en EE.UU. y Alemania en Europa. Allí el frío de otoño es más manifiesto y prepara los tejidos para resistir sin problemas temperaturas invernales por debajo de los -10°C. Ni siquiera la nieve es un problema para las yemas con su protección natural expresada en plenitud.

El primer análisis de los datos climáticos y de producciones en respuesta a estos, llevó a Valenzuela a plantear la hipótesis de que el año ideal en cuanto a las temperaturas para un receso invernal adecuado, corresponde a una curva térmica que parte desde una condición de escaso frío para ir descendiendo durante mayo, bajas temperaturas mantenidas durante junio y julio, que luego invierten en agosto, subiendo e induciendo una buena brotación (el “modelo de la sonrisa”).

EL MODELO DE LA SONRISA

En el “modelo de la sonrisa”, se grafica hacia abajo el frío de cada mes entre mayo y agosto (horas entre 0 y 7°C), y el calor hacia arriba (horas >15 °C), como se aprecia en la figura 6.

Figura 6. Ejemplo de curva de frío excepcional y calor limitado durante junio y julio, que da origen al nombre de “modelo de la sonrisa”. Horas de frío y calor mensuales del período mayo-agosto, temporada 2002/03, Sagrada Familia.

En esa primera aproximación se postuló que una acumulación de frío de alrededor de 300 horas en junio se asociaba a un año de buena producción (figura 7 a).

La figura 7 b muestra 3 realidades de temporadas con limitaciones productivas asociadas con situaciones térmicas diferentes, pero que tienden a repetirse (flechas 1, 2 y 3). La primera situación es la más determinante de una baja productiva. Corresponde a temporadas donde ocurre una disminución de bajas temperaturas durante junio, especialmente en la primera quincena (flecha 1, curva de frío roja punteada). Un segundo comportamiento climático anómalo importante, que ocurre en algunas temporadas y compromete tanto la cuaja como la producción, es una llegada tardía del frío efectivo, desde mitad de junio en adelante (flecha 2, curva de frío naranja de línea cortada). Un tercer factor, también influyente, es la persistencia de temperaturas altas durante mayo (flecha 3), cuyo efecto se manifiesta con mayor fuerza cuando viene seguido por una acumulación deficiente de frío en junio asociada a alguno de los dos fenómenos anteriormente descritos.

Figura 7. Evolución de las temperaturas y el nivel de carga de cerezos.

EL EFECTO ACLIMATACIÓN Y LA IMPORTANCIA DE LA ÚLTIMA SEMANA DE MAYO

Revisando los datos más en detalle y a medida que se agregaban nuevas temporadas a la estadística, Luis Valenzuela detectó excepciones que no se ajustaban al postulado de que 300 horas de frío acumuladas para junio aseguraban una buena cuaja. De hecho, en algunos años que cumplían esa condición el resultado productivo fue deficiente (el 2016 junio acumuló 318 horas); en otros años en que no se alcanzaba esa cifra se obtenían buenos resultados productivos, incluso en exceso.

El especialista propone que la explicación se encuentra en el frío de la última semana de mayo: cuando falta en ese momento, se afecta el proceso de aclimatación y entrada en la endodormancia. Por el contrario, un frío significativo en dicha semana permitirá que la temporada salga adelante superando las 250 horas de frío en junio. Así ocurrió en 2010/11, por ejemplo, que se comportó como un año relativamente bueno con 286 horas de frío acumuladas durante junio.

OTROS FACTORES INCIDENTES: DETENCIÓN OPORTUNA DE LA ACTIVIDAD, NIEBLA Y LLUVIAS

Otoños cálidos en marzo, abril y mayo, con retraso en la caída de hojas, hacen que la planta continúe su actividad. Como consecuencia, se produce un consumo de las reservas que el cerezo necesitará para la salida de la dormancia, floración y cuaja. En otras palabras, este frutal requiere de una aclimatación adecuada (abril), lo que implica una actividad vegetativa detenida tempranamente, para acumular suficientes reservas y generar tejidos resistentes con buena lignificación. Lo anterior da estabilidad a los árboles y a sus órganos reproductivos, los cuales resultan menos exigentes en cuanto a condiciones climáticas ideales que ayudan a su receso, pero que no siempre se dan, incluyendo la reducción de luminosidad, el fotoperíodo y las bajas temperaturas.

Una acumulación favorable de reservas de verano-otoño dura hasta abril, de manera que no hay que exagerar la caída anticipada de las hojas. Sin embargo, si por las temperaturas cálidas y una nutrición excesiva en nitrógeno, el árbol no se ha desfoliado entre principios y mediados de mayo, manteniendo su actividad, comenzará a consumir las reservas que deberían conservarse para sostener la salida del receso y la cuaja. Esto se previene siendo estrictos en la fertilización nitrogenada. Para inducir la caída de las hojas se recurre a la aplicación de un micronutriente (boro, potasio, zinc y molibdeno) y a una reducción del volumen de riego.

La niebla y las lluvias invernales potencian una buena dormancia, mantienen una adecuada hidratación de los tejidos, hay mayor presencia de temperaturas bajas efectivas, disminuye la radiación solar que impacta negativamente sobre la dormancia, y se produce un lavado de los inhibidores responsables del receso.

El cambio climático está generando alteraciones en los ciclos ambientales normales. Las estaciones se encuentran menos definidas, con veranos más cálidos donde las temperaturas máximas extremas se hacen frecuentes, proyectándose hacia el otoño en algunos años e incluso llegando a interrumpir la acumulación de frío invernal. Las lluvias están menos presentes incluso durante el invierno, por lo tanto Valenzuela recomienda estar atentos para compensar su ausencia con riegos cada 20 o 30 días.

EL PARTIDO SE JUEGA EN UN TIEMPO MUY ACOTADO

Sobre la base datos de lo realmente ocurrido durante dos décadas, el especialista desafía el postulado dominante de pronosticar el comportamiento de los cerezos a partir de la acumulación de horas de frío o el método de las porciones a lo largo de todo el periodo otoño-invierno. Su tesis es que, en Chile, el partido se juega durante un tiempo mucho más acotado, correspondiente a las horas de frío acumuladas desde la última semana de mayo hasta la segunda a tercera semana de junio (figura 8). El resultado final no se modificará con frío más tarde, indica el ingeniero agrónomo, independientemente de su acumulación en julio y agosto. Se trata de un notorio cambio respecto de las teorías dominantes en la actualidad.

Figura 8. Relación entre frío acumulado del 14 de mayo al 15 de junio y la productividad en Sagrada Familia, a partir de datos de 20 años.

En definitiva, plantea, la dinámica de cuándo y cómo se acumula el frío resulta más importante que la cantidad final de horas acumuladas.

Antes, reflexiona, una sobrecarga resultaba un gran negocio, porque se vendía todo debido a la avidez por esta fruta, incluso de calidad intermedia. Ahora, dada la evolución del mercado chino, controlar la sobreproducción se ha convertido en un aspecto prioritario. Una sobrecuaja conducente a un exceso de fruta en los árboles repercutirá en una menor calidad y calibre de las cerezas. Saber con cierta certeza la tendencia del año ya alrededor del 25 al 30 de junio permite adecuar estrategias y tomar decisiones tales como, por ejemplo, repodar para disminuir la carga. Pero se debe hacer sobre la base del conocimiento de los ciclos; el año pasado (2021), comenta el profesional, muchos productores cometieron el error de podar más de lo que correspondía porque querían evitar el exceso de carga del año anterior (2020). Sin embargo, el árbol se había autorregulado perfectamente. Debe tenerse en cuenta los ya mencionados ciclos de tres años en las decisiones. Un año con excelente acumulación de frío a continuación de uno de baja carga probablemente cuajará y cargará en exceso, lo que traerá consecuencias sobre los dos años venideros si es que no se controla temprano y con agresividad el potencial de cuaja excesiva.

Para actuar correctamente se requiere de medidas complementarias; entre otras, el control de heladas donde hay antecedentes de ellas, ya que, si se regula la carga temprano y luego ocurre un evento de ese tipo, habrá consecuencias dramáticas.

Por supuesto la estabilidad productiva del cerezo integra todo: raíces, fotosíntesis, reservas, eventos climáticos, sanidad, nutrición, riego, etc. No obstante, de acuerdo a estos estudios, Luis Valenzuela recalca la gran influencia de la dinámica del frío sobre la entrada, evolución y salida de la dormancia.

Lluvias y neblinas presentes durante el invierno favorecen la evolución óptima de la dormancia.

La calidad del receso invernal se considera como uno de los principales factores asociados a la cuaja y por lo tanto a los rendimientos productivos del cerezo en la primavera siguiente.

Otoños cálidos en marzo, abril y mayo, pueden retrasar y alargar el periodo de madurez y caída de hojas, induciendo consumo de reservas carbonadas que el cerezo necesitará más adelante durante la salida de la dormancia, floración y cuaja.

Lluvia y nieblas frecuentes durante el invierno mantienen las temperaturas ambientales y de las yemas en rangos bajos, efectivos para superar la dormancia (menos de 10°C), potenciando una evolución adecuada. Además, se lavan los inhibidores presentes en los tejidos y se evita el efecto negativo de la radiación sobre las yemas.

El modelo dinámico de seguimiento del frío durante el otoño e invierno planteado aquí, considera el ingeniero agrónomo, debería adaptarse mejor a la zona central de Chile (O’Higgins a Biobío), especialmente a localidades con condiciones climáticas variables, donde las cuatro estaciones del año se presentan de manera marcada. “En ellas suelen manifestarse variaciones importantes en las temperaturas por periodos de varios días (quiebres térmicos cíclicos) entre mayo y julio, situación que se ha repetido con mayor frecuencia en los últimos 5 años, debido posiblemente al cambio climático”, concluye.

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