La ruta del vino en el desierto más árido del mundo: el ecosistema que creció gracias a la primera cepa de vino 100% chileno
Vinos del Desierto, la marca de vinos creada por investigadores de la Universidad Arturo Prat de Iquique a partir de la cepa Tamarugal, que registraron en 2016, ha levantado interés turístico y ha generado una economía circular que ha incorporado restaurantes e incluso productos de belleza a partir de esta uva vinífera. Durante este año, además, 10 productores de la zona tendrán acceso a plantas de esta cepa nacional, para aumentar la producción del vino que hoy alcanza las 10.000 botellas al año.
Miguel Patiño
A 90 kilómetros de Iquique, camino a Pica, se está comenzando a gestar una nueva ruta del vino, en medio del desierto más árido del mundo. Una viña experimental que partió con una uva única, que en 2021 empezó a comercializar sus primeras botellas y que ahora se expande a nuevos agricultores para potenciar un nuevo terroir caracterizado por la salinidad del desierto.
Se trata del proyecto liderado por los docentes e investigadores de la iquiqueña Universidad Arturo Prat, el ingeniero Marcelo Lanino y la Dra. Ingrid Poblete, quien en 2003 comenzó con un proyecto para recuperar la antigua tradición vitivinícola de la región de Tarapacá, rescatando algunas cepas que se desarrollaban durante la primera mitad del siglo pasado en la zona. Ahora, están buscando incrementar el área plantada para producir este vino de condiciones únicas, para lo cual estpan sumando a agriculotores de esta zona extrema.
“Comenzamos un proceso de capacitación de agricultores, para que puedan recibir las plantas de manera gratuita, y puedan mantenerlas y producir fruta en forma adecuada para la vinificación”, señala Lanino, añadiendo que la idea es aprovechar la restricción de 18 años que les entrega la patente para así darle la posibilidad a los agricultores de que puedan desarrollarse como viñas “boutique”, para que produzcan y comercialicen directamente en sus campos.
El vino producido por la cepa Tamarugal ya registra dos medallas de oro, una en 2018 en su versión “abocado”, en el concurso internacional Catad´Or Wine Awards., donde compitió en Cata a ciegas contra otras 640 muestras, mientras que en 2020 la misma cepa Tamarugal, pero esta vez en su versión Seco, volvió a obtener el máximo reconocimiento del concurso.
Sus características tienen mucho que ver con la zona donde se produce: el desierto, con altas temperaturas en el día y muy bajas temperaturas en la noche, y con salinidad tanto en el suelo como en el agua. De acuerdo a Lanino, todo esto se transfiere a los vinos, “y se mantiene de forma persistente en boca”. Destaca de la cepa Tamarugal aromas que recuerdan a la zona, con tonos de pomelo y mango. “No hay parámetros de comparación, tenemos aspectos exclusivos”, señala la Dra. Ingrid Poblete.
Su proceso de desarrollo también fue único y azaroso. Se inició en 2003 cuando Poblete rescató material vegetal procedentes de plantas antiguas de más de 100 años que quedaron olvidadas en la zona, pese a lo cual lograron sobrevivir a las condiciones de desierto absoluto. Con ellas, establecieron en la Estación Experimental de Canchones de la Universidad Arturo Prat un pequeño jardín de variedades de aproximadamente dos hectáreas, donde comenzaron las evaluaciones agronómicas.
Dra. Ingrid Poblete y el ingeniero Marcelo Lanino: los dos docentes e investigadores de la iquiqueña Universidad Arturo Prat que encabezan el proyecto.
“No teníamos ningún antecedente varietal de esta cepa o algún otro dato, porque por diversos factores que terminaron con la producción en el pasado, se arrancaron prácticamente todas las plantas, sin dejar tampoco ningún documento escrito”, comenta Lanino ante la imposibilidad de reconocer las cepas antiguas rescatadas.
Para su identificación, se enviaron análisis moleculares a INIA La Platina y solamente se logró identificar la cepa País, que se ha cultivado desde Arica al sur de Chile. Posteriormente, el ADN se envío al Instituto madrileño de Investigación de desarrollo agrario y alimentario, en España, donde se identificaron dos cepas: Gros Colman (con origen en Georgia, de la antigua Unión Soviética) y la Ahmeur bou Ahmeur, de origen argelino.
De esa investigación, dos genotipos blancos quedaron sin identificar y se enviaron a Francia, donde en una de ellas se identificó la cepa Torrontés Riojano, de origen Argentino. La otra quedó sin quedando una sin ser reconocida luego del contraste con 7 mil genotipos.
Eso desencadenó el proceso para registro de una nueva variedad, que finalmente en el año 2016 se ratificó que cumplía con las características necesarias, como estabilidad, distinción (que no se parezca a otra) y homogeneidad, para transformarse en la primera variedad de uva vinífera 100% chilena, originaria de la región de Tarapacá, que fue bautizada como Tamarugal.
Los académicos señalan que todas estas cepas encontradas se agrupan bajo el paraguas de “vino del desierto”, que buscan preservar y propagar para entregarlas productores de la zona y así impulsar la producción de vino de “cepas patrimoniales”, que tienen “historia conjunta y que están emplazadas en el desierto más árido del mundo”, destaca la Dra. Poblete.
Si bien desde hace 15 años ya se venían produciendo los primeros vinos, utilizando tradicional y el rústico método del “pisa-pisa”, su desarrollo productivo empezó a subir de escala con el inicio de la asesoría en 2016 de Viña Santa Carolina y gracias a proyectos del Fondo de Innovación para Competitividad Regional (FIC), adjudicados por la gobernación regional. Esto les permitió adquirir tecnología e incorporar la línea de proceso de vinificación, la implementación de un laboratorio, la contratación de un enólogo y aumentar la superficie cultivada.
La marca Vino del Desierto busca crear un circuito turístico en torno al vino y una red de agricultores que masifiquen la cepa.
“Hemos descubierto que no solo hay valor en producir vino, sino la experiencia de poder conocer dónde se produce el vino y porqué tiene características tan particulares. La sinergia que hay entre producir vino y el turismo, a lo que se agrega la gastronomía local, son aspectos que al principio nosotros no teníamos considerados, pero se ha desarrollado actividad alrededor”. Esta economía circular que se ha generado no solo tiene que ver con el enoturismo, sino también porque este trabajo en un principio sólo académico ha permeado también en pymes locales, con el desarrollo de otros productos como chocolates con rellenos de estas cepas. o incluso microempresarias locales que están desarrollando productos de belleza, como shampoo, jabones, en base a estas uvas viníferas producidas en la zona.
“Nosotros como académicos no visualizamos nunca el impacto colateral que podía tener todo esto en torno a una cepa de vino, y ha sido muy gratificante”, comenta al respecto la Dra. Ingrid Poblete.
Hasta ahora, los investigadores señalan que han mantenido en reserva gran parte de la producción, que comenzaron a comercializar recién a partir del año pasado. Actualmente están produciendo cerca de 10.000 botellas anuales.
“La academia hace un esfuerzo importante en investigar y en equivocarse, para aprender y no repetir esos errores. Pero suele pasar que una vez que se terminan los recursos de los proyectos, normalmente quedan guardados en estantes, libros o publicaciones. Sin embargo, si el interés que se ha generado tanto del turismo, la gastronomía y los agricultores, se ha generado una sinergia para mantener el funcionamiento de este proyecto”, comenta Lanino sobre este desarrollo desde la academia que ha permeado hacia la sociedad con cosas que no estaban consideradas, como el enoturismo y la gastronomía que han formado un mismo ecosistema, tal como en otras zonas del país.
Quienes quieran asistir a esta ruta en plena Pampa del Tamarugal, con viñedos únicos, bodegas y gastronomía con identidad local, pueden visitar esta ruta los días viernes y sábado entre 10:00 y 16:00 horas.