La madre de todas las Santas
Ofrecer un material de mejores características que el que había en el país era un gran reto para la Dra. Marina Gambardella, quien ha liderado uno de los programas de mejoramiento genético en fruticultura más prolífico del país, y que ha tenido como resultado la obtención de siete variedades de frambuesas, algunas de las cuales han demostrado ser competitivas a nivel mundial. La importancia de esta genetista es tal, que hoy asesora a otros programas de mejoramiento en el mundo.
“Cuando me gradué de la universidad sabía que quería especializarme y ser ‘breeder’”, dice la Dra. Marina Gambardella, académica e investigadora de la Pontificia Universidad Católica, reconocida mundialmente por sus aportes a la fruticultura desde el estudio de la genética vegetal. Sus deseos de ofrecer mejores soluciones a los productores del país, la llevaron a especializarse en el cultivo de la frambuesa, un berry cuya producción, al menos en Chile, ha estado dominada por Heritage, una variedad apta para comercializar en fresco y congelado.
El resultado del trabajo de la Dra. Gambardella fueron las ‘Santas’, siete variedades de frambuesa que vieron la luz tras años de trabajo en el Programa de Mejoramiento Genético del Frambueso realizado en conjunto por la Universidad Católica y el Consorcio Tecnológico de la Fruta, del cual fue directora.
“Me especialicé en ser ‘breeder’ y tener este expertizaje, por lo tanto quería tener algo concreto donde pudiera desarrollar mi quehacer, donde era súper importante tener un programa de mejoramiento”, cuenta la investigadora sobre sus motivaciones para dedicarse a esta área en la industria agrícola. Pero no fue la única. La segunda pasa por retribuir los recursos públicos recibidos para el desarrollo del programa.
“Si recibo recursos del Estado los tengo que invertir y empujar hacia temas por los que los recibí, y no hacia otras cosas. Siento que eso se hace muy poco. Si fuera así tendríamos mejores resultados desde el punto de vista de todo lo que se invierte en investigación aplicada, es decir, debe tener resultados aplicados”.
Pero hoy el programa de mejoramiento se encuentra en un proceso de ‘stand by’, es decir, formalmente ya no se cuenta con financiamiento para la continuidad y el Consorcio Tecnológico está finalizando su actividad. Aún no se sabe cuál será el destino de los royalties que se recauden con la venta de las variedades, idealmente estos recursos sirvan para seguir trabajando en este ámbito. A pesar de ello, la especialista lleva un proceso de acompañamiento de las siete variedades, donde realiza charlas a los productores que cuentan con estas variedades o están buscando incorporarlas a sus huertos.
Además, los capacita en terreno a través de huertos piloto donde pueden observar el comportamiento de las variedades. “Hace algunos años hicimos un proyecto FIA, para la instalación de 15 huertos piloto en la región de Aysén. Hoy ya hay más de 250 huertos que producen las variedades. Esto es posible porque hemos llevado la tecnología a ellos, incluyendo las variedades”.
LAS ‘SANTAS’
Las siete variedades del Programa de Mejoramiento Genético del Frambueso se desarrollaron en dos periodos. En 2015 lanzaron Santa Teresa, Santa Clara y Santa Catalina, mientras que en 2023 fue el momento de Santa Eduvina, Santa Rosa, Santa Isabel y Santa Guillermina, en homenaje a cuatro productoras de berries de diferentes regiones del país.
LAS COMPLEJIDADES DE MEJORAR UNA ESPECIE
Desarrollar un programa de mejoramiento genético es un trabajo que toma más de diez años, pero en este caso tras solo siete ya contaban con las primera tres ‘Santas’, Santa Teresa, Santa Clara y Santa Catalina, las cuales no se quedaron solo en Chile, sino que llevaron a Europa y las protegieron. “Fui a ver ensayos en Alemania y España y se comportaban muy bien, siendo muy válidas en términos de su adaptabilidad climática y competitivas”, asegura la Dra. Gambardella.
Así, comprobaron que estas se adaptan mejor en condiciones de contraestación, en climas cálidos. Sin embargo, eso no significa que no se adapten a climas fríos, como lo han demostrado en Aysén. “La gracia que tienen es que florecen siempre”, sostiene la experta y agrega que, “de las siete variedades, te digo, humildemente, que hay por lo menos tres que son de nivel mundial”.
El tiempo que les llevaba desde hacer el cruzamiento, obtener una semilla y que esa semilla generara nuevas semillas, era de dos años, lo que grafica el largo proceso de un programa de este tipo. Pero ese tiempo había que reducirlo y, para conseguirlo, realizaron un pequeño cambio tecnológico.
“La verdad es que es muy sencillo y no se nos ocurrió a nosotros. En vez de evaluar las primeras temporadas en campo, las evaluamos en maceteros. Como teníamos la posibilidad de manejar el ambiente las hicimos crecer más rápido, lo que hizo mucha diferencia. Son decisiones importantes, donde los mejoradores tenemos que enfocarnos en varios factores. Por eso digo que dirigir un programa de mejoramiento sin tener un ‘breeder’ no tiene sentido”, advierte.
RECUPERAR EL PROGRAMA DE FRAMBUESAS
Tras firmar la renuncia al programa, ¿habrá nuevas ‘Santas’? Según la Dra. Gambardella es clave reactivar el programa de mejoramiento genético de frambuesas, dado el avance que llevaban y las siete variedades que lograron desarrollar. “Los programas normalmente son continuos. Esto significa que todos los años hay que hacer cruzamientos. Si le sacas el financiamiento, el personal especializado se va; hay un expertizaje que se genera poco a poco. Eso es lo primero, reactivar el programa, lo que significa reincorporar nuevos materiales, manejarlos y mantenerlos, hacer nuevos cruzamientos, manejar la selección, etcétera. E incorporar cada vez más tecnología, como los marcadores moleculares”.
Por el momento, la Dra. Gambardella continúa con el apoyo y acompañamiento a las siete variedades. Hay tres viveros nacionales licenciados donde los productores pueden adquirir las variedades, que incluyen un royalty en el precio por planta.
ENTENDER LAS NECESIDADES TRAS LA BÚSQUEDA DE MEJORES VARIEDADES
Explicar el proceso de desarrollo de un programa de mejoramiento genético es complejo porque se trata de la convergencia de muchas especialidades y factores. “Lo fundamental es que una persona se tiene que hacer muy especialista en una especie, porque tiene que saber qué es lo que debe mejorar”, señala la Dra. Gambardella.
Otro aspecto clave es conocer el estado actual de la especie en términos de su posicionamiento en el mercado respecto a su competencia. “La situación en ese momento era que había una variedad disponible (Heritage), que los productores tenían serias dificultades porque estaba bajando mucho el rendimiento y, por lo tanto, no eran competitivos a nivel mundial y la frambuesa se iba a pique”.
En el caso del Programa de Mejoramiento Genético de la Frambuesa, el objetivo que orientó el proceso fue la búsqueda de una posibilidad varietal para que los agricultores obtuvieran mejores rendimientos. Además, la variedad disponible en ese momento era rústica, por lo que el fruto era pequeño y ralentizaba la cosecha. Cuando comenzaron el programa en 2009, no había más que siete programas de frambuesa a nivel internacional. Actualmente son alrededor de 35, alguno de los cuales la experta y su equipo han asesorado, como es el caso del Programa FNM en Huelva, España.
VALIDAR EL ROL DE LA PEQUEÑA AGRICULTURA
La genetista ha tenido la oportunidad de trabajar estrechamente con pequeños productores, cuya labor, dice, es muy importante para el país. “Se ha pensado erróneamente que en una superficie pequeña hay menos tecnología y es un sistema más precario. Sin embargo, la pequeña agricultura tiene que ser muy tecnológica ya que el agricultor no puede cometer errores, porque no hay una economía de escala en una superficie pequeña. La agricultura pequeña tiene un rol muy importante en este país”, subraya.
Para la Dra. Gambardella es necesario entender que hay que cambiar la forma como se mira a la pequeña agricultura, lo que “es responsabilidad de nosotros apoyarla para que la gente no se vaya del campo. Ahí veo que todos quienes estamos en la universidad, en la investigación, en el trabajo de desarrollo, deberíamos enfocarnos en apoyar con gran tecnología, incluyendo nuevas variedades, donde siento que estamos al debe”.
Si bien la experta reconoce los amplios avances que ha tenido la pequeña agricultura en los últimos años, hace un llamado a redoblar los esfuerzos. “Ahora la situación es bien diferente, hemos cambiado muchísimo, pero tenemos que hacer un esfuerzo mucho mayor. Un pequeño agricultor no solo tiene que usar buena tecnología, tiene que tener todo el acceso a ella y saber cómo utilizarla. No podemos ser asistencialistas, tenemos que lograr que ellos se empoderen de la situación, capacitarlos y entregarles todas las herramientas”, resume.
SELECCIONAR UN ‘POOL’ DE POSIBLES PROGENITORES
Un programa de mejoramiento debe tener variabilidad genética, “lo que llamamos una sopa genética”, explica. Esto significa que necesitan contar con un jardín de variedades de distintas procedencias que se puedan cruzar. “En nuestro caso, tuvimos que importar material, que primero seleccionamos cuidadosamente e hicimos una colección”, recuerda la investigadora. “En un inicio contábamos con solo 14 genotipos y actualmente contamos con más de 80”.
La mantención de las variedades también es un proceso complejo en cuanto a costos y que muchas veces no se considera. “Las colecciones de material genético son súper importantes para poder basarse en algo, porque si no tienes variabilidad ¿qué vas a seleccionar?, no tienes programa de mejora si no tienes variabilidad genética”, subraya.
Una vez que existe variabilidad genética se comienzan a realizar cruzamientos dirigidos, basándose en la estrategia que se propusieron en un inicio, es decir, buscando desarrollar una variedad de mejor rendimiento, mayor tamaño y calidad. “Hay que echar a andar una maquinaria que también tiene que ver con cómo manejas la biología floral de las plantas, cuánto tiempo puedes guardar el polen y si realmente lo puedes guardar, con cómo logras una buena polinización, cómo obtienes la semilla, cómo germinas esa semilla y cómo la vas a evaluar una vez que ya tienes la planta que es distinta”, observa.
Los avances se dan generación tras generación, y una vez que las semillas efectivamente dan origen a plantas mejores que las iniciales, se traspasan a diferentes ensayos en campo. La Dra. Gambardella explica que establecieron ensayos en siete localidades distintas en la principal ‘macrozona’ de la producción chilena de frambuesa, que va desde Chimbarongo hasta Los Ángeles. “Ahí empezamos a seleccionar, dentro de los genotipos élite, cuáles eran los mejores y finalmente dimos con algunas variedades”.
Uno de los desafíos más importantes para un mejorador, explica la experta, es saber cómo seleccionar. “Si estoy buscando seleccionar para ‘resistencia A’, tengo que saber cuándo una planta es resistente o no, sin esa herramienta no puedo seleccionar”, añade y explica que este proceso se da con cada característica que se busca mejorar. “Si lo llevamos a la resistencia fitopatológica es igual, tengo que aislar el agente patógeno e inocular para observar cómo se comporta”. Las evaluaciones de características las hace un experto, en este caso un fitopatólogo, de ahí la necesidad de tener un equipo multidisciplinario.
La Dra. Gambardella explica que son más de 25 características que se pueden mejorar mediante un programa. Aunque no es viable enfocarse en todas en un solo programa, sí le ponen atención a varias, y lo que finalmente determinará el potencial éxito de la variedad es el resultado final. “Lo que manda es que sea competitiva frente a otras, entonces hacemos una caracterización y vemos si en su conjunto supera a las que ya están protegidas y a las del mercado.
Una característica que deben tener las variedades logradas es estabilidad, ya que del modo contrario no son protegibles. “Cuando llevamos las variedades a protección, tienen que tener estabilidad, ser homogéneas y distintas a las que ya existen, y obviamente ser buenas o no se van a comercializar”, indica la experta.
EL MEJORAMIENTO GENÉTICO ES UN PROCESO QUE NUNCA TERMINA
El objetivo base de un programa de mejoramiento genético es obtener nuevas variedades, que sean mejores que la oferta del mercado.
Pero, ¿cómo saber cuándo una variedad está ‘lista’? la Dra. Gambardella explica que aquí toma relevancia la ‘expertise’ de la persona a cargo. “Tiene que estar absolutamente abierta a todo lo que se va presentando, además de tener información fidedigna de lo que está pasando en el mercado. Por eso el mejoramiento es un proceso continuo, no termina nunca”.
Esto, explica, se debe a que siempre irán saliendo nuevas variedades, con mejores características, por lo que siempre hay que “tener algo para competir que sea mejor al anterior”.
“No existe la variedad perfecta”, advierte Marina Gambardella, “pero logramos doblar los rendimientos, subir el tamaño del fruto y mejorar la calidad de las frambuesas”, sostiene sobre un proyecto del que asegura sentirse pagada porque han logrado transformar la vida de productores, permitiéndoles convertir la frambuesa en su ingreso principal.
BIOGRAFÍA
Marina Gambardella es Doctora por la Universidad Politécnica de Madrid, España, y Magíster por el Centro Internacional de Altos Estudios Agronómicos Mediterráneos, España. Actualmente es académica e investigadora de la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Tanto en Chile como en el extranjero, es ampliamente reconocida por sus contribuciones a la fruticultura desde la genética vegetal y el mejoramiento de berries, donde se especializa en frambuesas y frutillas.
En 2023 fue seleccionada como una de las 100 mujeres líderes del año, en la categoría Profesionales, Académicas e investigadoras, reconocimiento que entrega El Mercurio y Mujeres Empresarias.
AL DEBE CON LA GENÉTICA
Para Marina Gambardella, que actualmente imparte las cátedras de Genética y Frutales menores en la PUC y, según reconoce, disfruta ser parte de la formación de futuros profesionales del agro, la genética “es una carrera a la cual nosotros como país hemos llegado súper tarde”.
“Creo que es una miopía horrible pensar que no nos afecta, he escuchado decir que para qué vamos a trabajar en genética si la idea es hacer acuerdos comerciales. Eso pone en riesgo la fruticultura en Chile, que es una industria tan importante, y no solo la fruticultura, sino que toda la agricultura del país”, sostiene.
La ingeniera agrónoma recuerda que poco después de graduarse de la universidad, la invitaron a participar en un proyecto FAO para hortalizas de América Latina, donde tuvo que ver la situación de las hortalizas en ese momento, en términos de variedades propias en todos los países de la región. “Sin ir más lejos, en el INTA de La Consulta (ubicado en Mendoza, Argentina) tenían variedades de pimentones, de porotos verdes, de lechuga, básicamente de todo. Nosotros éramos el país más desprovisto de genética propia”.
Una posible explicación que observa la especialista es la gran variedad climática del país, donde es posible adaptar prácticamente cualquier variedad. “Quizás porque tenemos muy buenas condiciones climáticas, entonces traemos cualquier variedad y se da perfecto, pero dependemos de eso. Y pagamos royalty que cada vez son más caros y más restrictivos”.
Eso sí, la especialista destaca que hay programas que están haciendo bien las cosas, pero hace falta más involucramiento de entidades públicas. “Desgraciadamente no veo en el Estado o en las políticas públicas una definición mucho más importante. Veo esfuerzos personales que son muy loables y dignos de ser destacados en la fruticultura y en otras especies, pero sigo viendo que aquel que se dedica a este tema es como ‘Toribio el náufrago’, esa es la realidad”, finaliza.