Estrategia de manejo integral en el cultivo del banano
La creciente necesidad de obtener una mayor producción de banano por hectárea requiere de prácticas integrales de manejo de suelo, las que deben considerar no solo la aplicación de fertilizantes, sino también el desarrollo de trabajos de descompactación del suelo y de iniciativas que favorezcan el desarrollo radicular. Un suelo vivo favorece la producción de racimos de mayor tamaño y fortalece la defensa de la planta frente a enfermedades foliares como la Sigatoka Negra.
La industria bananera de Colombia -que ha tenido un crecimiento exponencial en las últimas décadas, llegando a abarcar más de 51 mil hectáreas (ha) sembradas y exportar US$933 millones en el 2019- es cada vez más consciente de la importancia del manejo integrado del suelo en la producción, sea convencional o orgánica. Se trata no solo de lograr racimos de mayor tamaño y mejor apariencia, sino de fortalecer la defensa de la planta frente a enfermedades foliares como la Sigatoka Negra.
“El manejo del suelo debe ser biológico, físico y químico. Todos los aspectos de suelo y clima tienen que ver con la oferta ambiental, el resto (como la fisiología y las dosis de los nutrientes) está vinculado con la intervención del hombre y lo que hacemos para producir mayor cantidad de biomasa”, sentencia Isolina Mora Palomeque, ingeniera agrónoma experta en fisiología vegetal y nutrición de cultivos.
Los productores de banano lidian con terrenos ubicados en zonas que muchas veces tienen problemas de aluminio y sodio, enfrentan lluvias que por el cambio climático son cada vez más impredecibles y carecen de sistemas de riego en el caso de la principal zona de producción colombiana: Urabá. Pero además, los nutrientes disponibles en el suelo son cada vez más insuficientes para garantizar racimos de buen tamaño. “Hace 50, 60, 70 años era muy poco lo que se aplicaba en nutrientes, en fertilizantes, y los racimos eran muy grandes. Se tenía racimos de 50 kilos, de 60 kilos”, recuerda Mora, y continúa, “pero ahora debemos esforzarnos para llevar el racimo a un tamaño mayor de modo de que la merma en la empacadora sea la más baja posible”.
Las características de suelo de las principales zonas productoras de banano de Colombia difieren de acuerdo a la ubicación. En Urabá, la principal zona productora de banano, se tiene suelos ácidos que favorecen la liberación de aluminio, lo que genera una reacción en cadena ya que acidifica más los suelos. Si bien no hay estudios que determinen los niveles de saturación de aluminio que soporta el banano, la experiencia señala que este porcentaje no debe superar el 10% y que, dentro del rango de 5% a 10%, se deben iniciar las medidas de manejo de la acidez . Por su parte, suelos como los de Magdalena y Guajira tienen suelos más básicos y con problemas de exceso de sodio y salinidad.
UNA MIRADA INTEGRAL, PERO CON FOCO EN LAS PROPIEDADES FÍSICAS DEL SUELO
La ingeniera agrónoma destaca que el manejo del suelo -compuesto en un 45% por minerales, un 25% por agua, un 25% por aire y un 5% por materia orgánica- debe ser físico, químico y microbiológico, no obstante, agrega que un 70% del peso del racimo estará determinado por las propiedades físicas del suelo. “Es importante que se genere un equilibrio total para que el cultivo pueda producir racimos más grandes, con una expectativa de productividad más alta”, remarca Mora.
La preparación física del suelo involucra trabajos de subsolado, con maquinarias para descompactación, lo que favorece la macroporosidad, la absorción de agua por la planta y el desarrollo radicular. “En un suelo compactado falta oxígeno, la absorción es deficiente y no se logra el balance entre oxidación y reducción. La planta no va a ser capaz de tomar el carbono que requiere para el proceso de la fotosíntesis, va a estar mal nutrida, va a crecer menos, va a haber embalconamiento y se va a provocar deshidratación. Vamos a tener dificultades en las raíces porque se van a levantar y va a haber una respiración acelerada y a mayor respiración va a haber menos biomasa”, explica Mora para remarcar que un suelo compactado deriva en racimos pequeños y de mala calidad.
Así mismo, la experta recomienda que la raíz se ubique próxima a la fuente de agua, para de esta forma garantizar una adecuada infiltración de agua. “Cuando hay una adecuada infiltración las raíces van a ser más profundas. Entre mayor cantidad de raíces tenga la planta, tendrá más posibilidad de nutrirse, además la producción de todos los compuestos orgánicos se va a facilitar”, sostiene Mora.
MANEJO QUÍMICO Y MICROBIOLÓGICO DEL SUELO
El programa químico de manejo de suelo debe considerar la aplicación de fertilizantes y de enmiendas orgánicas, producidas con materiales de desecho del mismo cultivo. Sobre la aplicación de fertilizantes, Mora resalta que los complejos químicos tienden a tener una aplicación más uniforme que las mezclas físicas, ya que las plantas toman el mismo grado en cada uno de sus gránulos. Sin embargo, indica que “hay muchas mezclas físicas que podrían ser eficientes si son formuladas con materias primas que tengan la misma granulometría”.
La eficiencia del fertilizante dependerá del equilibrio que exista entre cationes, como el potasio (K+), calcio (Ca2+), magnesio (Mag2) y el sodio (Na+), y aniones, como el cloruro (Cl) y nitrato (NO3). El potasio, por ejemplo, favorece el transporte de los nutrientes del suelo, mientras el calcio y el zinc contribuyen a controlar la Sigatoka Negra, enfermedad provocada por el honho Mycosphaerella Fijiensis. Por otro lado, “si la planta no toma suficiente azufre no se va a producir glutatión, una sustancia que defiende de enfermedades”, dice Mora.
“Si uno fertiliza únicamente con aniones o únicamente cationes, no logrará alcanzar un equilibrio en la nutrición y tampoco será eficiente en la absorción de todos los nutrientes que deben subir para que se realice el proceso de fotosíntesis. Por esa razón, las formulaciones comerciales buscan siempre lograr un equilibrio entre aniones y cationes”, añade Mora. Precisamente, la capacidad de intercambio catiónico (CIC) determina la carga de nutrientes en forma de cationes que la fase sólida del suelo puede retener e intercambiar con la fase líquida o solución.
La especialista sostiene que se debe buscar un equilibrio para cumplir con el requerimiento nutricional del banano. “Encontramos, por ejemplo, que en Urabá se aplicaba demasiado potasio y muy poco nitrógeno. Lo ideal es aplicaciones de nitrógeno por encima de 350 kg/ha, para así generar la cantidad de biomasa deseada”, expresa Mora. Investigaciones de A. López y J. Espinosa plantean que el cultivo de banano toma más nutrientes minerales por hectárea que la mayoría de cultivos tropicales, por ejemplo, para una producción de 70 toneladas ha/año de fruta, considerada de calidad excelente, una hectárea de banano en Urabá puede extraer alrededor de 400 kg de potasio, 125 kg de nitrógeno y 15 kg de fósforo (solo considerando los requerimientos de la fruta), lo que implica planes de fertilización que no solo cubran estos requerimientos sino de los demás nutrientes que extrae este cultivo.
Además se debe considerar qué nutrientes se requieren en la fase vegetativa, fase reproductiva y fase productiva del banano. “La aplicación de los nutrientes se realiza en base a las etapas de desarrollo del banano”, anota Mora. De acuerdo a un estudio de Ana María Martínez Acosta y Daniel Cayón Salinas, titulado “Distribución de los nutrientes durante el crecimiento de la planta del banano”, en la fase vegetativa se requiere la acumulación de los nutrientes nitrógeno (N), fósforo (P), calcio (Ca), boro (B), potasio (K) y magnesio (Mg), mientras en la fase productiva se necesita nutrientes como potasio (K) y nitrógeno (N). “El aumento progresivo del Ca, P, Mg y K (g/planta) durante la fase de diferenciación floral podría explicarse porque el Ca es primordial en la formación de las paredes celulares”, anotaron los investigadores.
Mora remarca que es importante aumentar los niveles de pH –escala que indica la concentración de iones de hidrógeno presentes en determinadas disoluciones- cuando se aplican fertilizantes, ya que estos productos tienden a disminuir el pH del suelo. Las plantaciones de banano de mejor aspecto se encuentran en condiciones ligeramente ácidas o muy ligeramente alcalinas: pH 6 a 7.5, según un informe del ingeniero Swing Torres. Fuentes del sector apuntan a un pH 6 en zonas como Urabá.
Adicionalmente, el manejo de suelos debe tener un enfoque microbiológico que considere la aplicación de materia orgánica y la velocidad de descomposición de la materia orgánica. Ello favorecerá la absorción de compuestos químicos, como clorofenoles o cloroanilinas, mejorará la estructura del suelo y funcionará como estimulante del sistema radicular. Un estudio de E. Lahav y D.W. Tumer recomienda el uso de hasta 50 toneladas de materia orgánica/ha/año en el cultivo de banano.
FACTORES EXTERNOS QUE INFLUYEN EN LA PRODUCCIÓN
La necesidad hídrica de productores de banano es cada vez más creciente. Aún cuando se tenga una adecuada compactación, nivel de pH y manejo de niveles de aluminio y sodio en el suelo, sin sistemas de riego alcanzar niveles de productividad competitivos será un tarea titánica. Zonas productivas como Urabá tienen acceso limitado al uso de agua subterránea, la mayoría recurre a agua de pozos profundos. “Hace 20 años atrás, en la zona de Urabá se tenían lluvias durante los doce meses. Ahora las lluvias son escasas y muy repartidas”, sostiene Mora.
En vista a lo anterior, el sector privado y público viene articulando esfuerzos para desarrollar un distrito de riego. Aun se está en etapa inicial de formulación del proyecto, pero su viabilidad permitiría incrementar la productividad en Urabá y compensar costos vinculados a la aplicación manual de fertilizantes. La necesidad de fertilizantes deriva en una inversión doble, por un lado el costo del producto y por otro, de la aplicación, que puede representar hasta el 20% del programa de nutrición.
La necesidad de aumentar la producción de banano por hectárea requiere de prácticas integrales de manejo de suelo, las que deben considerar no solo la aplicación de fertilizantes, sino también el desarrollo de trabajos de descompactación del suelo y de iniciativas que favorezcan el desarrollo radicular. Un suelo vivo favorece la producción de racimos de mayor tamaño y fortalece la defensa de la planta frente a enfermedades foliares como la Sigatoka Negra. Así mismo, incorporar sistemas de riego permitirá suplir la disminución de las lluvias e incrementar la producción en zonas como Urabá.