Cinco innovaciones científicas y tecnológicas que marcan la agricultura del siglo XXI
En el Día Mundial de la Ciencia, el campo también celebra. Desde microorganismos que reviven suelos agotados hasta drones que detectan problemas invisibles a simple vista, la innovación avanza entre surcos y cultivos. ¿Qué otras tecnologías están cambiando para siempre la forma en que cultivamos?

En el mundo agrícola, esta conmemoración presenta una relevancia particular debido a los grandes desafíos del sector, como el cambio climático, la escasez de agua, la degradación del suelo y la necesidad de producir más con menos recursos.
Si bien los retos indicados son de alta complejidad, a lo largo de este siglo la ciencia ha presentado respuestas y potenciales soluciones.
Aquí te brindamos cinco de los avances tecnológicos más importantes del siglo XXI que están marcando el camino hacia una producción sustentable y con retornos.
MASIFICACIÓN DEL RIEGO POR GOTEO
La creciente escasez hídrica y la necesidad de adaptar la producción agrícola al cambio climático han transformado al riego por goteo en una de las tecnologías más efectivas del siglo XXI. Aunque fue desarrollado en los años 60 por el ingeniero israelí Simcha Blass junto a la empresa Netafim, su implementación se ha acelerado en las últimas décadas.
El sistema suministra agua directamente a las raíces, gota a gota, a través de una red de tubos y emisores. A diferencia de los métodos tradicionales de riego, aplica únicamente la cantidad necesaria de agua, reduciendo el desperdicio y mejorando notablemente la eficiencia hídrica.
Su adopción ha crecido en regiones áridas y semiáridas de todo el mundo, incluido Chile, donde el sistema es clave en la agricultura frutícola, especialmente frente a la prolongada sequía que ha afectado al país.
En Perú, el crecimiento ha sido igualmente notable. Ha sido la base para el desarrollo agroexportador en la zona costa, especialmente en irrigaciones como Majes-Siguas, Chavimochic y Olmos.
Esta innovación ha permitido un ahorro de hasta 70% de agua, e incluso más, en comparación con los métodos convencionales. Además, previene la erosión del suelo al evitar el uso de grandes volúmenes de agua en poco tiempo.
AGRICULTURA DE PRECISIÓN
La agricultura de precisión, basada en tecnologías como GPS, sensores, drones y satélites, permite optimizar el manejo de los cultivos. Gracias a la geolocalización precisa, los agricultores pueden llevar a cabo tareas como la siembra, fertilización y cosecha con una eficiencia sin precedentes, aplicando solo lo necesario y en las áreas que realmente lo requieren. Esto se traduce en un uso mucho más racional de los recursos, lo que a su vez reduce costos e insumos.
Los drones, cada vez más comunes en el campo, posibilitan generar mapas detallados del estado de los cultivos mediante imágenes aéreas y sensores. Indicadores como el NDVI (índice de vegetación de diferencia normalizada) identifican zonas con estrés hídrico, enfermedades o deficiencias nutricionales. A mayor escala, los satélites proporcionan datos sobre el clima, la humedad del suelo y otros factores cruciales.
La incorporación de la inteligencia artificial (IA) y la robótica ha llevado la agricultura de precisión a un nuevo nivel. A través del análisis masivo de datos, la IA predice plagas, anticipa enfermedades, optimiza calendarios de riego y fertilización, y ajusta decisiones en tiempo real. Los robots ya están siendo utilizados para realizar tareas repetitivas como la recolección de frutas, la siembra o el control de malezas con una precisión milimétrica, disminuyendo el uso de agroquímicos y mano de obra.
En América Latina, Argentina destaca por el uso de IA aplicada a la agricultura, especialmente mediante plataformas que analizan imágenes satelitales y datos climáticos para dar recomendaciones personalizadas a productores. También se están desarrollando robots autónomos para monitoreo y fumigación en cultivos de cereales.
En Brasil, startups de la agrotecnología como Solinftec han integrado inteligencia artificial con sistemas de gestión agrícola, maquinaria y sensores, logrando una mayor eficiencia en la producción de caña de azúcar, maíz y soja.
TECNOLOGÍA AGRÍCOLA SOLAR
La tecnología solar representa un paso fundamental hacia la sustentabilidad energética del campo. Este avance responde a la necesidad de disminuir costos energéticos con el beneficio adicional de una producción de alimentos más limpia.
A través de la instalación de paneles solares y sistemas fotovoltaicos en zonas rurales, los productores pueden generar su propia electricidad, reduciendo la dependencia de combustibles fósiles y de redes eléctricas tradicionales. Esta autonomía energética implica un ahorro económico directo y una marcada disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero.
Gracias a los avances en almacenamiento energético, la disponibilidad ya no se limita a las horas de sol. Hoy, alimenta sistemas de riego, maquinaria, sensores inteligentes, iluminación de galpones e incluso refrigeración de productos perecederos, extendiendo así sus beneficios a toda la jornada productiva.
Al reemplazar generadores diésel y sistemas eléctricos convencionales, esta tecnología contribuye a reducir la contaminación del aire, a proteger la salud de los suelos y a preservar los recursos hídricos. Además, su uso es especialmente ventajoso en zonas con alta radiación solar, lo que convierte a América Latina en una región con gran potencial para expandir la agricultura solar.
MICROORGANISMOS
El aumento del conocimiento sobre los microorganismos los ha consolidado como un instrumento revolucionario para el mundo agrícola.
Bacterias, hongos, protistas, virus específicos y nematodos beneficiosos se emplean como herramientas naturales para el control de plagas y enfermedades, la nutrición y bioestimulación de plantas, el mejoramiento de la calidad de los suelos, entre otras funciones. Actúan de forma cada vez más precisa y respetuosa con el ecosistema, evitando dejar residuos tóxicos en el suelo, el agua o los alimentos. Entre los más utilizados destacan Bacillus thuringiensis, eficaz en el control de insectos, y hongos como Trichoderma o Beauveria bassiana, que protegen las plantas fortaleciendo sus defensas naturales.
En Brasil, por ejemplo, la soja se cultiva ampliamente con el apoyo de Bradyrhizobium japonicum, una bacteria fijadora de nitrógeno que reduce significativamente el uso de fertilizantes sintéticos. En los viñedos de Chile y Argentina, especies como Trichoderma y Beauveria se emplean para controlar enfermedades y plagas. En México, cultivos hortícolas como jitomate, chile y zanahoria se benefician del uso de Bacillus subtilis y Pseudomonas fluorescens, que mejoran la salud del suelo y estimulan el crecimiento vegetal.
Entre los beneficios ambientales, se encuentran la disminución de la contaminación en suelos y aguas, junto con la preservación de la biodiversidad microbiana. Estas prácticas también ayudan a evitar la aparición de plagas resistentes, un problema común con el uso excesivo de pesticidas químicos. Al mismo tiempo, los microorganismos fortalecen la fertilidad del suelo y mejoran su estructura, lo que se traduce en una mayor capacidad de adaptación frente a los efectos del cambio climático.
AGRICULTURA REGENERATIVA
Frente a los crecientes desafíos ambientales, como la degradación de los suelos, la pérdida de biodiversidad y el aumento de las emisiones de carbono, los cultivos de cobertura y la agricultura sin labranza (no-till) se han consolidado como opciones en un modelo productivo más sustentable.
Los cultivos de cobertura son especies vegetales que se siembran para cumplir una función ecológica. Leguminosas como el trébol o gramíneas como el centeno protegen el suelo de la erosión, aportan nutrientes y estimulan la vida microbiana subterránea. La agricultura sin labranza, en tanto, evita el laboreo convencional y permite sembrar directamente sobre los residuos del cultivo anterior. Esta técnica minimiza la alteración del suelo, conserva su estructura natural y mejora su capacidad de retención de agua y carbono.
La combinación de ambas prácticas ayuda a prevenir la erosión, reducir el uso de fertilizantes y disminuir la dependencia de maquinaria pesada, lo que se traduce en menos emisiones contaminantes. Además, al proteger la biodiversidad del suelo y limitar la aparición de malezas, favorecen un ecosistema agrícola más equilibrado y resiliente.
Hoy, estas técnicas son pilares de la agricultura regenerativa en toda América y Europa. En países como Estados Unidos y Canadá, la siembra directa y los cultivos de cobertura se han convertido en prácticas comunes. En Francia y Alemania, estas estrategias se integran con políticas agroambientales que promueven prácticas sustentables a gran escala.
En Sudamérica, países como Argentina y Brasil han sido pioneros en la adopción de la agricultura sin labranza, lo que ha generado mejoras significativas en la salud del suelo y en la retención de humedad, crucial en un contexto de sequías cada vez más frecuentes.
En Chile, se ha promovido el uso de cultivos de cobertura como la avena, el centeno o las leguminosas en zonas frutícolas, especialmente en la Región del Maule y O’Higgins.