Estrategias para realizar una correcta aplicación de productos
Durante su reciente recorrido por campos del norte y sur del país, Emilio Gil, investigador de la Universidad Politécnica de Cataluña, pudo comprobar que en Perú se le da gran importancia al conocimiento de las plagas y a la inversión en productos fitosanitarios y de pulverizadores, pero se descuidan otros detalles importantes que optimizan el uso de los plaguicidas, porque el cómo se está aplicando el producto y la capacitación del personal a cargo del proceso también son factores claves que, si no se tienen en cuenta, pueden restar eficacia a la aplicación, generar mayores gastos y elevar el riesgo LMR en el producto de exportación.
“Si nuestro objetivo es la hoja, no vale la pena hablar de hectáreas, sino de cuánta vegetación tenemos en el campo; de allí, la importancia de la expresión de la dosis y la necesidad de cuantificar nuestro objetivo (la densidad de la vegetación)”, explica Emilio Gil, investigador de la Universidad de Cataluña, y lo ejemplifica con una serie de fotografías tomadas en viñedos de Castilla La Mancha (España), Cerdeña (Italia), Mendoza (Argentina), California (EE UU) y Rahuén (Chile); donde se aprecian evidentes diferencias en cuanto a la densidad vegetal, algo que también destaca el experto Sebastien Codis, del Instituto Francés de la Viña y el Vino, quien sostiene que en una hectárea pueden registrarse variaciones del índice del área foliar de hasta 15 veces.
DETERMINAR LAS DOSIS EN L/HA ES LO MÁS INEFICAZ
¿Si la superficie del terreno no es la mejor opción para determinar la dosis de aplicación, entonces, cuál es la solución? ¿Cómo expresar la mejor dosis de un cultivo tridimensional? Existen diferentes métodos de expresión de dosis y de cálculos en el mundo, siendo la me-nos eficaz -a entender de Gil- la de litros por hectárea, ya que no toma en cuenta la densidad de la vegetación en una misma área. Por ello, a Gil le impresionó que en los campos peruanos continúen con ese tipo de medición, dejada de lado hace muchos años en otros países productores.
Por lo general, los productos químicos exhiben en sus etiquetas ese modo de dosificación, “que lo que hace es volver loco al pobre agricultor”, subraya el especialista. “Por ejemplo, en la etiqueta de un producto real para el mildiú en viña, dice: aplicar entre 200 a 300 gramos por cada litro de agua, con un máximo de 2,5 kilos de producto. Eso es una etiqueta real. ¿Qué hacemos? ¿Cuántos litros de agua habrá que usar? Entonces, cogemos el punto medio, que puede ser 250 gramos por cada 100 litros de caldo. ¿De dónde salen esos 2,5 kilos de producto? Sale de la famosa recomendación basada en 1,000 l/ha, que aún emplean las empresas de productos fitosanitarios. Eso no tiene ningún sentido, ya que si podemos mojar con 100 para qué queremos 1.000 l/ha”, continúa.
OTTOS MODOS PARA EXPRESAR LAS DOSIS DE APLICACIÓN
Gil refiere que existen hasta seis modos de expresión de dosis en Europa para un mismo cultivo, como es el caso de la viña. En Alemania utilizan el método de ‘canopy height’, es decir, la altura de vegetación para establecer una plantación de referencia, con un máximo de kilos por hectárea y por estadio vegetativo. En cambio, en Francia siguen con el método de kilos por hectárea, independientemente de lo que 1 ha puede significar en volumen de hojas. En Suiza están trabajando con el método ‘TRV’, donde establecen los metros cúbicos de vegetación en una hectárea, para lo cual toman como referencia altura, ancho y distancia entre hileras. Otro caso distinto se da en los países mediterráneos como Grecia, Italia, Portugal y España, que usan la concentración en cm3 por cada 100 litros de agua, con un máximo de kilos o de litros de producto por hectárea. Además, existe el método ‘Leaf Wall Area’ (LWA) que mide cuántas hectáreas tengo de pared de hojas, basados en ancho de la calle y altura de la vegetación, ya que es eso lo que se quiere mojar.
Primera visita al Perú
Emilio Gil visitó por primera vez el país, como parte de un programa internacional de capacitación, desarrollado por la Universidad Nacional Agraria La Molina (UNALM) y la Sociedad Americana de Química (EE UU) con apoyo de las empresas Agroklinge, Stockton, Innovak Global y Syngenta. Durante su visita a Perú, Gil realizó capacitaciones en diferentes zonas del país.
A los sistemas que se usan en Europa, Gil añade que en Australia usan el ‘Unit Canopy Row’, mediante el cual definen una unidad de vegetación estándar, basada en una longitud de 100 metros por 1 metro de altura y otro metro de ancho, para establecer una cantidad de caldo.
Más allá de todas las metodologías existentes, el experto deja en claro algo importante: “El productor debe ser capaz de medir la vegetación, debe hacerlo por sí solo. No se le puede pedir que haga la integral triple de volumen y luego mida el índice de área foliar de 500 hojas y, además, haga la recta de regresión, porque no lo va hacer; pero sí le puedo pedir que mida la altura de la vegetación o la anchura media y nada más, usando una cinta métrica”. En resumen, la recomendación de expresión de dosis debe estar basada en la estructura de la vegetación donde se realizará la aplicación y no en la superficie de cultivo.
“Si alguien es capaz de aplicar correctamente 400 l/ ha, será mucho mejor que otro que utilice 800 l/ha. Queda claro que el primero estará gastando el 50% del producto. Por lo pronto, el objetivo de Europa, desde la publicación de su directiva de uso sostenible, es reducir en 50% el uso de plaguicidas. La idea es saber de dónde reducir esta cantidad con la misma efectividad”, comenta Gil. Como parte de su trabajo doctoral, comenta que un gran número de viñedos en Europa trabajan con un valor de 0.1 l/m3 de vegetación.
LA TECNOLOGÍA NO ACTÚA SOLA
En cuanto a la variabilidad de la tecnología, “tenemos equipos neumáticos con gota muy fina y mucho riesgo de deriva. Además, hay equipos más sofisticados con ocho ventiladores con los que es posible hacer tratamientos de tres hileras a la vez. Incluso hay equipos con deflectores laterales; así como, pulverizadores convencionales con un riesgo de deriva altísimo. Sin embargo, sea cual sea la máquina hay que decirle cómo debe aplicar”, explica. Y para eso hay unos parámetros: el caudal que sale de las boquillas, la velocidad de avance y la anchura de trabajo, entre otros.
¿Cuál es la velocidad de avance idónea para la aplicación de los plaguicidas? “Cuanto más rápido, mejor, si lo podemos hacer bien”, responde Gil. Asimismo, es clave el tema del caudal de la boquilla, lo que significa que no se pueden hacer todos los tratamientos con una boquilla del mismo tipo. Por ello es que los catálogos de las empresas fabricantes suelen tener más de 100 páginas de diferentes boquillas, porque existen de todo tamaño, color y tipos.
El experto español durante su visita a los campos del norte del país, pudo comprobar que, durante una reunión en la que había un centenar de personas, solo tres habían confesado que han trabajado con catálogo de boquillas. Además, pudo constatar que, si se tienen en cuenta todos los factores mencionados para una correcta aplicación, hay una reducción de uso de agroquímicos superiores a un 30%, así como una menor deriva. “Lo cierto es que el agricultor modificará y cambiará las condiciones de expresión de dosis, siempre y cuando le garantizamos que va a controlar la plaga. De lo contrario, no hará nada”, sostiene.
¿CÓMO FUNCIONA DOSAVIÑA?
Adicionalmente, Gil presentó Dosaviña, una aplicación en la cual se introducen todos los parámetros que se requieren en el proceso de aplicación: condiciones ambientales, tipo de máquina y producto, entre otros. A partir de allí, se establece el volumen óptimo de aplicación del producto químico en campo. “Esta aplicación se testeó en sitios tan dispares como en el norte del estado de Nueva York, en Pensilvania y en España, con máquinas y operarios completamente diferentes, quienes fueron oportunamente capacitados”, cuenta. Tras el trabajo realizado en cada zona productora, obtuvieron una tabla de resultados para las variedades como Merlot y Cabernet Sauvignon, con diferentes dosis de aplicación. “Con la recomendación de Dosaviña, obtuvimos una reducción promedio de un 38 a 40% de volumen de caldo”, graficó.
LO FUNDAMENTAL DE CARACTERIZAR LA VEGETACIÓN
Para el especialista, la caracterización de la vegetación es un tema clave y, según explica, hay dos opciones para realizar una correcta caracterización de la vegetación, además de un cálculo correcto del volumen de aplicación: el simple o fácil, que parte de utilizar una cinta métrica para medir la vegetación (altura, ancho y profundidad), o la compleja o difícil, según densidad de vegetación, índice de áreas foliar, etc.
Si los productores optan por la segunda vía, existen las herramientas y tecnología que permiten esa caracterización de la vegetación de una manera mucho más precisa. Por ejemplo, se puede trabajar con un sensor de ultrasonido, un GPS y un ordenador industrial. “Cuando empecé a trabajar en esto, un sensor me costó US$700, pero el último que compré me costó solo US$30. Lo que no ha bajado son los productos fitosanitarios, y esto nos permite reducir el uso de los productos. Lo que insisto es que todo esto debe ser de fácil aplicación por el usuario, de lo contrario, no sirve de nada”, apunta.
Con los métodos electrónicos de caracterización, se puede colocar un escáner en la parte trasera del tractor o donde mejor se crea que se medirá la densidad de la vegetación. El láser que sale del escáner puede emitir 180 rayos por segundo que chocan con algo y rebotan, de tal manera que se pueden obtener mapas de vegetación.
Pero, ¿de qué sirve tener ese mapa de vegetación? El siguiente paso es lograr una aplicación variable del producto por las boquillas del pulverizador, para así aplicar más donde hay más vegetación y aplicar menos donde hay menos vegetación. El principio de aplicación variable es que con el sensor de ultrasonido se puede medir la velocidad de avance y determinar el caudal que debe salir de cada boquilla, según la densidad vegetal. Con una aplicación convencional, la aplicación es uniforme, teniendo como resultado un mayor volumen de producto aplicado. “Cuando uno hace una aplicación convencional, ocurre que cuando cambia la vegetación en una misma hectárea y se vuelve escasa, le tocará más cantidad de producto por metro cúbico que en otra zona más densa. El objetivo de 0.1 l/m3 es lo que quiero aplicar independientemente de cómo esté la viña. Lógicamente con una aplicación variable hay un ahorro superior en 30% de producto”, resalta.
Una reducción en la cantidad del producto químico no solo significa un menor presupuesto para la empresa, sino una reducción en el uso de agua, menor tiempo para llenar los depósitos de las máquinas, una reducción en la deriva y minimizar el riego de contaminación del suelo y de los operarios. “Estas son suficientes ventajas para comenzar a gestionar mejor la tecnología de aplicación de los fitosanitarios”, finaliza Emilio Gil.
LA IMPORTANCIA DE UN ADECUADO AJUSTE DEL AIRE
El aire es fundamental para evitar el problema de la deriva. Para ello, debemos ajustar el caudal, el volumen y la velocidad de aire. En la mayoría de casos, el problema se produce por exceso de aire, no por un defecto de las máquinas. En Europa, se viene trabajando en una reducción en la entrada del diafragma para intentar reducir el caudal de aire de las máquinas. “Hemos visto que se mejora la deposición en hoja con equipos capaces de cerrar literalmente una de las salidas de la máquina cuando estamos trabajando en la última fila del cultivo, para no aplicar el producto fuera de la parcela. Para ello se utilizan diafragmas especiales que reducen la cantidad de aire o que cambian el tipo de boquilla, de aquellas convencionales a otras de inyección de aire. Todo esto para reducir el riesgo de contaminación”, explica Gil.