Un fugitivo en el desierto
Alberto es hijo del reconocido y fallecido empresario minero Alberto Benavides de la Quintana. Sin embargo, lejos de seguir el camino empresarial trazado por su padre y seguido por sus hermanos, un día de 1995 decidió dejar su casa en Barranco e irse al vivir al desierto de Ica, en Samaca. A lo largo de estos años, ha arbolizado la zona con huarangos, olivos, molles y datileras; también ha desarrollado una pequeña agro-industria. Cultiva pallares, frejoles y maíz, pero su producto estrella son los olivos, de los cuales cosechó 130 toneladas la última campaña.
Gabriel Gargurevich Pazos
Retratos: Daniella Profeta
En el 2015, en el marco del lanzamiento de su libro “La Ruta Natural”, el filósofo y agricultor Alberto Benavides le otorgó una entrevista al fallecido humanista Marco Aurelio Denegri en la televisión, donde dijo algo que llamó la atención del entrevistador: “Soy un fugitivo de la ciudad”. En esta entrevista para Redagrícola, lo confirma: “De hecho, soy un fugitivo”. Y cuenta que cuando decidió dejar su casa en Barranco para iniciar una nueva vida en el desierto de Samaca, en Ica, en 1995, que implicaba un proyecto agrícola ecológico, su cocinera, Meri, le dijo que lo acompañaría en la nueva aventura para seguir trabajando con él. Y así fue: hoy Meri es la cocinera estrella de Samaca, el fundo de Alberto, según sus palabras, “un botón de muestra de lo que se puede hacer en todos los valles del Perú”.
Como a Alberto, a Meri no le gusta Lima; ella es del Valle del Colca, quechua hablante, según Alberto, “con una serie de virtudes maravillosas”. Meri, a menudo, le dice: “Yo no lo hubiera imaginado a usted sentado atrás de un escritorio, ganando un buen sueldo y viviendo como viven sus hermanos o gente de su clase”. Y Alberto le responde: “Es verdad; yo me hubiera aburrido, jamás habría podido llevar un estilo de vida así, no es algo que sienta”. Alberto es hijo del reconocido y fallecido empresario minero Alberto Benavides de la Quintana y de Elsa Ganoza de la Torre. Su abuelo materno fue Eduardo Ganoza y Ganoza, segundo vicepresidente del Perú entre 1945 y 1948. Su hermana mayor, Elsa Blanca Benavides Ganoza, está casada con el empresario José Miguel Morales Dasso. Por parte materna es sobrino nieto de Víctor Raúl Haya de la Torre. Su hermano, Roque, sí que siguió el camino de su padre, pues es un importante empresario minero, además de presidente de la Confiep.
Hace ya 23 años que Alberto se estableció en las estribaciones del valle de Ica. A lo largo de estos años, con un equipo de trabajadores y amigos, han arbolizado con huarangos, olivos, molles y datileras; también han desarrollado una pequeña agro-industria basada principalmente en el secado solar. Cuentan con más de 70 panales de abeja; tienen 30 llamas y muchos cuyes, gallinas y patos; cultivan pallares, frejoles, maíz, entre otros productos. “Nuestra agricultura es orgánica y contamos con una certificación de IMO”, precisa Benavides.
En efecto, la agricultura que se practica en Samaca es, como dice Alberto, “100% natural”. En el fundo, fertilizan con compost, combaten las malezas con mulch y utilizan insectos benéficos para controlar las plagas. “Y no usamos pesticidas químicos ni fertilizantes sintéticos”, agrega Alberto. Además, han implementado una granja de energía solar, que utiliza únicamente energías renovables: eólicas y solares. “Contamos con un generador eólico que produce 7.5 Kw y la granja solar tiene una capacidad de 90 Kw. Esta energía la utilizamos para todos nuestros requerimientos, principalmente, el bombeo de agua para la irrigación de nuestros campos”, acota el filósofo y agricultor.
Alberto Benavides Ganoza nos recibe en el café que tiene entre Miraflores y Barranco, ‘Samaca. Orgánico-Artesanal’, donde ofrece todo lo que se produce en su fundo en el desierto, y que le obliga a venir a Lima, de cuando en cuando.
–Qué buen desayuno, ¿todo es de Samaca?
–Casi todo es de Samaca –responde Alberto–, menos la palta…
–He visto que el chef Pedro Miguel Schiaffino ha alabado tus olivos, tus aceitunas, en su programa, mientras cocinaba, decía “las increíbles aceitunas de Samaca”…
–Él ha ido varias veces a Samaca… Es que son realmente increíbles… Este año hemos producido 130 toneladas de aceitunas, ya no es broma.
–¿Todo es para mercado interno?
–Sí.
–¿Distribuyen en supermercados?
–El aceite, no, para eso necesitas tener grandes producciones… Nuestros productos se venden en esta tienda y en las ferias ecológicas de Surquillo y Miraflores.
“AQUÍ TIENES AGUA, AQUÍ TIENES POSIBILIDADES LINDAS”
A pesar de que no comparte el mismo estilo de vida que llevó su padre y sus hermanos, Alberto no se considera el ‘renegado’ de la familia; a su padre lo recuerda con mucho cariño y dice ser amigo de todos sus hermanos, aunque tenga criterios extraños, para ellos, de concebir el mercado. Pero reconoce que su padre, Alberto Benavides de la Quintana, fue un empresario ‘muy especial’, según sus palabras.
–¿A qué te refieres?
–Mi padre no era un hombre que simplemente supiera ganar dinero; tenía un sentido ético de los negocios que yo sigo apreciando hasta ahora. Él me apoyó muchísimo en Samaca; la irrigación de Samaca la hizo mi padre… Mira, en Samaca faltaba todo, en realidad… Al comienzo yo soñaba con hacer dos canales que conectasen con el río Ica, que baja de Huancavelica, dos o tres veces al año…Mi papá era un empresario por naturaleza, un hacedor, le gustaba hacer cosas; yo le mostré que el agua estaba muy cerca de la superficie y me dijo, luego de mascar su puro, “aquí tienes agua; aquí hay unas posibilidades lindas”. A la semana siguiente vino una delegación para hacer estudios. Samaca debe ser la zona más estudiada del valle de Ica y probablemente de toda la costa peruana; se han hecho estudios geológicos, sobre todo hídricos gracias a mi padre… Cabe mencionar que yo le había comprado el terreno en Samaca a mi primo Mariano Cabrera Ganoza; luego mi padre se interesó por el asunto, por querer ayudar a este hijo medio sonso que soy yo… –Ríe.
Pero su padre quiso hacer algo por Ica, también. La madre de Alberto Benavides de la Quintana, ‘mi abuela de la Quintana’, dice Alberto, era iqueña; y había vivido con toda su familia en Ica, en la parte alta, en el fundo Huamaní, propiedad de ella. El fundo significó para la familia la fuente de ingresos económicos primordial. “Incluso cuando mi tío Ismael quiso ir a estudiar a Estados Unidos, mi abuelo arrendó el fundo Huamaní para poder costear sus estudios. Tiempo después volvió a trabajar en el fundo, hasta que la Reforma Agraria se lo quitó”, recuerda Alberto.
–¿Tu padre estaba pensando quizá en un nuevo fundo Huamaní?
–Estaba pensando en una unidad productiva… Que fuera productiva sí le interesaba mucho. Le interesó mucho, por ejemplo, el proyecto de olivos que hice con mi hijo Rafael. Ahora tenemos 15,000 olivos sembrados en Samaca; son 20 ha de olivos ya productivos y otras 15 o 20 de olivos tiernos. Hace dos años tuvimos una sequía horrible, fue un año en el que no vino agua y perdimos algunos olivos… Lo que hizo mi padre fueron estas dos acequias que van por ambos lados y te permiten distribuir el agua; en el fondo la irrigación es distribución de agua,¿no? En realidad, la inversión que hizo mi papá ahí en Samaca fue inmensa…
800 M2 DE PANELES SOLARES
Para comenzar, Alberto sembró 500 olivos en el desierto. Como resultaron productivos, pensó en sembrar más. Por ello, es que decide construir cinco pozas para recuperar el agua del subsuelo, y que son debidamente bombeadas para conducirlas a un reservorio ubicado en lo alto del fundo. “Bombeamos con energía eléctrica del sol, del Tayta Inti; tenemos 800 metros cuadrados de paneles solares en Samaca”, precisa Alberto.
–¿Esa fue otra inversión de tu padre?
–No, ya fue cosa mía. Entonces tenemos energía eléctrica para bombear el agua hacia arriba durante el día y de noche regar por gravedad. Gracias a eso, nuestros olivos están creciendo maravillosos. Las siembras de ‘panllevar’ en el valle bajo de Ica no reciben riego; simplemente el agua que llega, inunda las siembras y luego tienes una cosecha…
–¿Es una modalidad de los pequeños agricultores de la zona?
–Y también de nosotros… Nuestros pallares, nuestros frejoles, nuestro maíz, todo lo sembramos mezcladito; en quechua eso se dice “chaqrucha”; la chacra para los antiguos peruanos era mezclada, nunca mono cultivo.
–¿Qué es lo más beneficioso de no tener un campo monocultivo?
–Menos plagas. Cuando tú tienes monocultivo, viene una plaga y acaba con todo; en cambio cuando tienes productos mezclados, una línea de maíz, una línea de zapallo, una línea de frejol, se genera una suerte de control biológico, de manera natural. Nosotros tenemos, calculo, aproximadamente, unas 40 hectáreas de pallares, frejoles, maíz… Los olivos son aparte, y sí reciben riego por goteo, tecnificado como lo usan los agroexportadores. El olivo sí necesita ese riego, si no difícilmente va a producir. Los otros cultivos tienen una cosecha al año y se riegan con la venida del río, a través de los canales, por inundación. Inundamos totalmente, dos metros de agua, después esperamos a que baje el agua; recuperamos mucha de esa agua en nuestras cochas (pozos). Una vez que baja el agua, pasa el tractor y sembramos los pallares, frejoles, el maíz, zapallo, en algunas épocas hemos sembrado girasoles, siempre bajo la modalidad “chaqrucha”, mezcladito. Estos son cultivos estacionales.
–¿Cuándo cosechan los olivos?
–En abril o mayo; acabamos de cosechar 130 toneladas de aceitunas que se van a convertir en aceite y aceitunas de mesa. Así que este año espero poder decir, finalmente, que Samaca ya es sostenible… Espero, porque la verdad es que yo como empresario no soy muy eficiente, pero sí tengo la esperanza de que Samaca se sostenga porque tiene que sostenerse, hay cuarenta personas que trabajan en Samaca; no solo en el campo, en general.
MARTÍN ADÁN, NIETZSCHE Y MEDITACIÓN
En Samaca hay también un museo, donde se exponen todas las piezas pre incas que Alberto y su equipo de trabajo han recogido en el desierto, durante 23 años. Alberto se apresura a decir que no han ‘huaqueado’, sino simplemente encontrado lo que hallaban a su paso, como telas, huacos y lampas, o pedazos de telas, “en general, cosas que botan los huaqueros; al huaquero no le interesa lo que está roto, pues no le va a dar plata”.
–¿Tu estilo de vida y agricultura está inspirado en las culturas antiguas del Perú?
–En algún sentido. Por ejemplo, he rescatado la quincha, utilizándola en las construcciones de Samaca. A mí me parece un grave error que los peruanos hayamos despreciado la quincha; es decir, la caña y el barro; es un material que sirve para la costa y nos permite construir maravillosamente. Por ejemplo, la reconstrucción de Pisco e Ica, después del terremoto, se pudo haber hecho con quincha, de manera masiva. Además, soy un creyente de la actividad de las manos. Aristóteles dijo que el hombre es el animal más inteligente porque tiene manos; la utilización de las manos es lo que nos hace desarrollar la inteligencia. Y Heidegger dijo que el más difícil oficio del hombre es el pensar.
–Eres filósofo, has sido profesor en la universidad, eres también un académico…
–¿Qué seré yo? Ya ni sé… Parte de mi vida es no saber bien qué soy; me identifico un poco con lo que decía Martin Adán: “¿Quieres tú saber de mi vida? Yo sólo sé de mi paso, De mi peso, De mi tristeza y de mi zapato. ¿Por qué preguntas quién soy, Adónde voy?… Porque sabes harto Lo del Poeta, el duro Y sensible volumen de ser mi humano, Que es un cuerpo y vocación, Sin embargo…”. Este es un fragmento del poema “Escrito a ciegas”. Martín Adán es una gloria no solo del Perú, sino de la lengua castellana.
–¿Lo conociste, cierto?
–Sí, estuve con él varias veces; era muy simpático, caballeroso, como buen limeño, cortesano. Tenía mucho humor; era graciosísimo. Conmigo siempre fue cariñoso.
–Nietzsche también es fundamental para ti, ¿cierto?
–Nietzsche también. Nietzsche es una gran pregunta. Es maravilloso pero tampoco vas a sacar un sistema de Nietzsche. No hay un sistema.
–¿Estos son autores que te inspiraron, de alguna manera, a emprender el estilo de vida que llevas?
–En parte, sí… Yo estudié filosofía… Mis hermanos estudiaron cosas normales, son ingenieros, economistas…
–¿En qué colegio estuviste?
–En El Santa María. O sea, soy un pituco de Miraflores y nunca dejaré de serlo; quizá por eso es que tenemos esta tienda, aquí… Pero, obviamente, si quieres vender algo y quieres solventar una chacra como Samaca, tienes que venir a Lima; aquí está el mercado. Además, quiero mucho a mi gente, quiero mucho a mi familia, yo no quiero separarme de ellos. Al contrario. Pero trato de estar allá (en Samaca) todo el tiempo que puedo; ahora mismo estoy acá (en Lima) porque tú sabes que he tenido una hija, que tiene 8 meses, está lindísima, y me trae con más frecuencia a Lima.
–¡Te felicito!¿Ella ya fue a Samaca?
–Gracias. Sí, hemos estado con ella allá todo el tiempo… Más de la mitad del tiempo estoy en Samaca. La próxima semana regresamos a Samaca y nos quedaremos allá.
–En algunas entrevistas has dicho que hay mucha estupidez en Lima.
–Bueno, eso es evidente, ¿no?
–Además de dedicarte a labores agrícolas en Samaca, ¿qué más haces allá? ¿Escribes?
–Mira, casi todo lo que he escrito, que no es poco, lo he escrito allá… He publicado doce libros. En la Huacachina, tenemos una biblioteca, la biblioteca Abraham Valdelomar de la Huacachina.
–De chico, yo llevé un taller contigo sobre Nietzsche, ¿sigues teniendo seguidores?
–“No me sigan que estoy perdido”…
–¿Realmente te consideras perdido o estás bromeando?
–No quiero ser gurú de nadie. No quiero que nadie me tome como que yo sé hacia dónde ir. Efectivamente, la cuestión filosófica fundamental, tiene que ver con saber si vale la pena vivir o no.
–¿Y vale la pena?
–Claro que sí. Más aún ahora que tengo una hijita, muy linda, muy risueña, que me hace sonreír todas las mañanas. Quisiera darle ganas de vivir a la gente; quisiera despertar deseos de vivir; quizá también por eso me he ido al campo; creo que el campo es una fuente de alegría permanente; es estar en un sitio donde ves crecer cosas, ves nacer cosas.
–Por lo que entiendo, en tu vida va ganando terreno la luz.
–Ciertamente, pero uno percibe, con el paso del tiempo, la decadencia de la propia vida; uno ve que todo se va perdiendo, todos se van haciendo viejos, se van muriendo nuestros amigos… Yo no digo que la vida sea fácil. Recientemente, me he hecho discípulo de un monje budista vietnamita, ThichNhatHanh; lo leo mucho. Me considero budista, en serio, desde hace ya muchos años. Medito, hago yoga… ThichNhat Hahn habla de meditación y sonrisa; hay que sonreír aunque no quieras; levántate en la mañana y sonríe por el hecho de que estás vivo, de que tienes ojos, de que hay luz; eso es necesario.
– ¿Eres una persona sensible y atormentada?
–A ratos atormentada… ¿Quién no tiene sus cosas? Últimamente he estado leyendo cosas que tienen que ver con mi padre y a veces pienso que he sido injusto con él. En realidad, mi padre tuvo una sabiduría infinita conmigo, tal vez su hijo más problemático… Pero él respetó que yo quisiera dedicarme a la filosofía; eso entre la gente de su clase social y su grupo era insólito; había que ser economista, ingeniero, por lo menos médico…Pero no hay que exagerar nada. Nada es tan grave en la vida.