Desafíos para la mano de obra agrícola a 2025
En ocho años más se necesitarán alrededor de 470.000 trabajadores agrícolas en el mes de diciembre, el período más demandante de la temporada frutícola. ¿Cómo afrontarlos? El ingeniero agrónomo, experto en mano de obra, Juan Pablo Subercaseaux, académico de la Facultad de Agronomía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, analizó este y otros desafíos relacionados con los requerimientos presentes y futuros de mano de obra en el sector frutícola. Subercaseaux compartió esta información la pasada Conferencia Redagrícola.
El área plantada de árboles frutales en Chile crece a una tasa promedio anual de 2%, encabezada por especies tales como cerezo, nogal, arándano y palto. Entre 2002 y 2017 la superficie ha pasado desde poco más de 279.000 hectáreas a casi 407.000, según cifras de CIREN. ¿Cuál será el impacto de esta alza en la mano de obra en el futuro?
Un trabajo realizado por un equipo de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), encabezado por el ingeniero agrónomo y máster en Economía Agraria Juan Pablo Subercaseaux, analizó la evolución de las hectáreas plantadas de los principales frutales en los últimos años, como base para realizar una proyección de lo que habría en los años 2020 y 2025. Esto con el fin de calcular los requerimientos de mano de obra que demandará la industria frutícola a futuro para cubrir sus labores de producción y cosecha. Se trata de una mirada hacia el pasado, que permite avizorar el futuro.
Según los datos oficiales, entre 2002 y 2017, frutales intensivos en el uso de mano de obra, como arándano y cerezo, aumentaron su superficie de 1.220 a 15.708 hectáreas y de 5.165 a 25.109 hectáreas, respectivamente. Mientras el primero de ellos ha mantenido una superficie plantada en torno a las 14.000 a 15.000 hectáreas desde 2013, el ciruelo ha subido cerca de 9.000 en el mismo lapso. Se trata de un drástico aumento que, de alguna manera, continuará manifestándose en los años venideros.
Otro cultivo intensivo en mano de obra como la uva de mesa –el de mayor superficie del país- se mantuvo estable, en torno a las 44.000 y las 50.000 hectáreas cultivadas desde 2002. “Si bien hay un signo de interrogación en relación a este cultivo, quienes se dedican a la uva de mesa son bastante fieles y no están dispuestos a cambiarse fácilmente”, apunta Juan Pablo Subercaseaux.
Por otra parte, en relación a aquellas especies mecanizables –es decir, que podrían no requerir mayor mano de obra al aumentar su superficie-, la vid vinífera ha pasado desde poco más de 108.000 hectáreas a más de 137.000 entre 2002 y 2018, con un leve aumento desde 2014. Equivale, sin embargo, a un tercio de las plantaciones de frutales y vides para vino del país. “Hay que ponerle atención a esta situación –alerta el académico de la PUC- porque, si en algún minuto estos productores se quieren cambiar a otro frutal, la cantidad de hectáreas potencialmente involucradas serán muchas”.
A la vid vinífera se suman los olivos, que han pasado en solo 15 años de 878 hectáreas a casi 22.000, pero que desde 2013 han tenido un acrecentamiento de solo 3.000 hectáreas, y los nogales, que han subido desde 7.746 a poco más de 35.000 y mantienen un alza persistente. Otros cultivos susceptibles de utilizar máquinas o de bajo requerimiento de mano de obra –ciruelo europeo, durazno conservero y palto- han mantenido un crecimiento estable en los últimos años, y algunos como el kiwi han mostrado una cantidad de hectáreas plantadas a la baja.
LAS PROYECCIONES DE SUPERFICIE A FUTURO
Bajo el supuesto de un aumento anual en superficie similar al ocurrido en el último tiempo y a las plantaciones que distintos informes estiman que se están desarrollando, el equipo de trabajo de la PUC estableció una proyección futura general y también para cada sector frutícola de cierta relevancia.
De esta manera, el área total de producción de fruta y vides para vino en Chile pasaría de 406.811 hectáreas en 2017 a 434.900 en 2020 y 470.500 en 2025. De las distintas especies, la vid vinífera, la uva de mesa, el naranjo, el manzano, el durazno conservero y el fresco, el nectarino, el kiwi, el ciruelo europeo y el japonés, entre otros, mantendrían su superficie en relación a lo que hay actualmente. Asimismo, habría algunas especies con crecimientos moderados. El arándano pasaría de 15.708 hectáreas plantadas actualmente a 18.000 en 2020 y 20.000 en 2025. En tanto, el palto y el olivo subirían desde 30.078 hectáreas en 2017 a 35.000 en siete años más, y desde 21.904 a 25.000, respectivamente.
No obstante, habría dos frutales que tendrían fuertes alzas: el nogal y el cerezo, este último de alta demanda de mano de obra. La cantidad de superficie del primero ascendería desde algo más de 35.000 hectáreas que hay en la actualidad a 45.000 en 2020 y 64.000 en 2025. En tanto, el segundo subiría de 25.109 a 40.000 en 2020 y a 52.000 hectáreas en 2015, más del doble de lo que existe plantado actualmente.
MAYORES DEMANDAS A COSECHA
Por otro lado, está el comportamiento de la oferta de mano de obra. El peso económico del sector silvoagropecuario se ha mantenido en torno al 2,9% desde 2013 y el impacto de la mano de obra ocupada en la agricultura llega al rango del 9% a 10% del total. Asimismo, en las últimas cuatro temporadas, la cantidad de personas que trabaja en el área de agricultura y pesca se ha mantenido con un crecimiento constante, aunque leve. Si en el periodo enero-febrero de 2014 esta superaba escasamente los 750.000 trabajadores, para la misma época de las temporadas 2016 y 2017 se ubicó en torno a los 825.000 y durante el resto del periodo mantuvo una pequeña brecha positiva en relación a los años anteriores.
Pero, más allá de esas cifras, la agricultura desempeña un papel estratégico importante en la economía nacional. “El agro tiene un rol de carácter social importante, porque trabaja con personas de menores ingresos y absorbe mucha mano de obra”, dice al respecto Juan Pablo Subercaseaux. Además, al igual de lo que han señalado diversas autoridades anteriormente, a fines de julio el Presidente Sebastián Piñera volvió a reiterar que el deseo del gobierno es transformar a Chile en potencia agroalimentaria.
Por intenciones y por la cantidad de plantaciones proyectadas, no es de extrañar que las perspectivas de la fruticultura vayan en aumento, con su correspondiente impacto en la demanda de trabajadores. “Se pronostica un crecimiento anual entre un 3 y 4% de los requerimientos de personas en el mes diciembre, período de máximo requerimiento de trabajadores”, dice al respecto Subercaseaux.
Solo en diciembre de 2017, los productores de fruta fresca y procesada emplearon a 351.114 trabajadores, y en febrero de este año la demanda alcanzó una cifra de 350.000. Pero, según el ejercicio realizado por la PUC, para diciembre de 2020 se precisarán 63.196 personas más que en el mismo mes del año pasado, debido principalmente al impacto del aumento de la cosecha de cerezas, de modo de que se llegará a un requerimiento de 414.310 trabajadores. Siguiendo la tendencia, para diciembre de 2025 la necesidad será aún mayor: 469.435 personas.
Siendo que la falta de mano de obra ha sido un asunto recurrente en la agricultura, ¿de dónde, entonces, conseguir cerca de 110.000 trabajadores más en tan solo ocho años?, para atender el punto de mayor demanda de la cosecha.
LA SITUACIÓN DE LOS MIGRANTES
El alza que ha habido en la producción y en la necesidad de personas en el sector agrícola durante los últimos años, ha logrado ser atendida por una dinámica migratoria sin precedentes en el país. Si en 1982 el total de extranjeros viviendo en Chile era de 0,7% de la población, esta cifra subió a 2,3% en 2014 y tuvo un alza drástica a 6,2% en 2017, con casi 1,2 millones de hoy residentes pero nacidos en otros territorios.
Los motivos para esta alza son variados, aunque se pueden resumir en dos. El ingreso por persona en Chile ha aumentado (a US$ 24.537 de PIB per cápita según el nivel de paridad de compra, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional), con lo cual nuestro país aparece como un lugar atractivo para trabajar y enviar remesas a los lugares de origen. A lo que se suma que las barreras de ingreso para los extranjeros son bajas. “Todos esto genera un gran atractivo para vecinos con una situación sociopolítica compleja y que visualizan a Chile como un país interesante para ir a trabajar”, apunta el ingeniero agrónomo y académico de la PUC.
El 23,8% de los residentes extranjeros son peruanos, mientras que el 13% proviene de Colombia, el 12% de Venezuela, el 11% de Bolivia, el 10% de Haití y el 7,9% de Argentina. El restante 22,3% ha llegado desde otros países, según el Departamento de Extranjería. Al agro, comenta Subercaseaux, arriba a trabajar principalmente la inmigración boliviana y haitiana, ya que la peruana y otras que poseen más estudios –como la venezolana y la argentina- se concentran mayormente en las urbes.
MODIFICACIONES DE LA LEY Y SU IMPACTO EN EL CAMPO
“Todos los años desde 2014 hasta hoy día se ha duplicado la cantidad de inmigrantes. Esto se debe a que hubo un cambio en el contrato laboral chileno. Para el caso de contratar un inmigrante, antes había una cláusula que hacía obligatorio que el contratante pagase el viaje de regreso al país de origen en caso de finiquito. Pero, con su eliminación, empezaron a ingresar a raudales inmigrantes que antes enfrentaban mayores dificultades de contratación”, afirma el experto laboral.
A su vez, la legislación chilena limita la contratación extranjera al 15% del personal de una empresa, sin embargo, si una compañía tiene menos de 25 trabajadores, no es necesario que se aplique esa tasa y el porcentaje puede ser mayor. Es lo que ha sucedido con buena parte de los contratistas agrícolas, quienes se han beneficiado de esta situación. Es presumible que esta modificación haya tenido como como consecuencia un alza en el nivel de empleo extranjero en relación al nacional. Si en 2013 el desempleo era de 7,1% para los chilenos, esta cifra bajaba a 4,1% para los inmigrantes. En tanto, entre 2010 y 2013 el porcentaje de extranjeros que trabajaba era de 75%, mientras que el de chilenos era de 57%. “La razón es muy simple –apunta Subecaseaux-, el inmigrante llega al país y no le queda otra opción que trabajar para conseguir dinero. Está menos preocupado de tener horas de descanso o irse temprano. Responde muy bien al trabajo a trato”.
En este contexto, no es de extrañar que la cantidad de trabajadores agrícolas migrantes en Chile haya pasado de 0,2% a 12% en diez años, llegando a 85.000 personas. Más del 20% de los trabajadores temporales en 2017 provinieron de terceros países.
Sin embargo, es muy probable que estas tasas no crezcan con tanta fuerza en el futuro, debido a medidas que se están implementando para controla la inmigración, entre otras, la tramitación de un Proyecto de Ley de Migración y Extranjería y la eliminación -desde el 23 de abril- de la solicitud un visado temporal en Chile por motivos laborales para haitianos y venezolanos. “Es muy probable que los nuevos trabajadores agrícolas no provengan totalmente de la inmigración. Todo hace pensar que estas y las próximas autoridades de Chile no quieren pagar el costo de traer más migrantes al país, porque tiene un alto precio social”, reflexiona Juan Pablo Subercaseaux.
CAPACITACIÓN DE INMIGRANTES
Una de las dificultades que ha debido enfrentar la agricultura en los últimos años es la capacidad de la mano de obra migrante para desempeñar adecuadamente sus funciones. Y es que muchos extranjeros nunca se habían enfrentado a realizar, por ejemplo, labores de cosecha de cereza o uva de mesa. Es por ello que la capacitación desempeña un rol clave para mejorar la productividad.
“Esta debe realizarse con práctica en terreno, no es un asunto de aula. Ahí hay un gran desafío para mejorar a los mandos medios para que, ya en el campo, tengan los incentivos y la paciencia para capacitar y así aumentar la calidad del trabajo del nuevo cosechero”, comenta Juan Pablo Subercaseaux.
ES POSIBLE MECANIZAR ALGUNOS PROCESOS
¿Servirá la mecanización, entonces, para minimizar el requerimiento futuro de mano de obra? “La mecanización es muy importante, pero solo en aquellos frutales cuya fruta se destina a la agroindustria. La posibilidad de liberar jornadas-hombre radica más bien en aumentar la tasa de mecanización de aquellas especies que ya están mecanizadas, como vides para vino o nogales. Sin embargo, podemos asumir que la fruta fresca de exportación no es posible de mecanizar. No se ve, por ejemplo, que en el corto o mediano plazo un robot pueda cosechar en forma eficiente las cerezas para exportarla fresca, o que algo similar ocurra para uva de mesa o nectarines”, comenta el académico de la PUC.
¿Cómo conseguir la cantidad de cosecheros que se necesitarán en ocho años más? La respuesta, concluye el experto, está en buscar una solución mixta. Habrá que encontrar más gente que trabaje en el campo y mecanizar donde sea posible, pero habrá que adaptarse y realizar un trabajo agrícola que permita atrasar o adelantar las cosechas, buscando nuevas zonas climáticas, especies y variedades que faciliten este proceso.