El hombre que busca mejorar los suelos agrícolas
Hace siete años decidió dar un giro radical en la manera de manejar una finca agrícola, impulsando una transformación basada en la regeneración de los suelos, fomentar la biodiversidad, luchar contra el cambio climático y frenar la erosión. Hoy expande su método en miles de hectáreas, impactando a pequeños y grandes productores agrícolas.
Por Rodrigo Pizarro Yáñez
Cuestionar los métodos de trabajos y el tipo de agricultura que estaba realizando fue fundamental para generar un cambio radical. “Hace unos siete años empecé a darme cuenta que nos costaba salir adelante, desde el punto de vista económico”, cuenta Francesc Font, un agricultor catalán de novena generación decidió coger la bandera de la agricultura regenerativa y la ha ido enterrando en diferentes zonas de España y otros países, empezando en la finca familiar ubicada en Pedret i Marzá, un pequeño pueblo, ubicado a escasos 30 kilómetros de la frontera con Francia. Desde allí, por ejemplo, reparó en el hecho de que cada cinco años se pierde un centímetro de suelo. Eso podría parecer poco, pero no lo es porque pueden pasar cuarenta años para que la naturaleza lo pueda recuperar. Fue en ese momento en que empezaron a entender algo más del suelo de lo que le habían contado en la universidad. “Empezamos darnos cuenta de que nos estamos cargando los suelos, que los suelos de nuestras viñas y olivos se estaban ‘desagrando’, es decir, erosionando. Nos estamos quedando con suelo sin materia orgánica, sin vida. Eso, porque dependemos de los químicos, pero llegó un momento en que vimos que era necesario cambiar los químicos por productos biológicos y hacer agricultura ecológica”, explica, sobre una transformación que inició en la finca familiar, cubierta de cultivos típicos del arco mediterráneo: viñas, olivos y cereales. Sin embargo, hacer agricultura orgánica no solucionaba el problema, porque los productos biológicos eran incluso más caros que los químicos. Fue entonces cuando decidió recopilar e investigar si es que había alguna otra forma de cultivar la tierra, basada en regenerar el suelo y su entorno y en recuperar la fertilidad del suelo. “No se trata de solo de aplicar un producto biológico, sino de reestablecer la biodiversidad y usarla a nuestro favor”, sostiene. Así fue como inició un aprendizaje que incluyó biodiversidad (del suelo y del entorno), microbiología y fauna auxiliar, abriéndosele un mundo que, hasta ese momento, era prácticamente desconocido.
CUATRO AÑOS, SIN DESCANSO, DE ENSAYOS
Empezó a leer, a testear, a experimentar, a aprender. Font se da cuenta de que había otras zonas del planeta donde ya se practicaba una agricultura regenerativa y sus primeras influencias vienen desde América Latina, en concreto del colombiano Jairo Restrepo. “Pasamos cuatro años probando a tope”, cuenta, sobre unos años que incluso abandonaron algunas técnicas que habían aprendido en un inicio. “Incluso con mi familia nos fuimos a vivir a Australia, sobre todo para aprender más del manejo de los suelos y la biodiversidad”, recuerda. Partieron hasta allí porque en Australia es donde nace la agricultura regenerativa y también la permacultura. Darren Doherty, uno de los pioneros de esta forma de hacer agricultura, había estado en tierras catalanas y lo invitó a pasar un tiempo en las antípodas. “Estando allí pude ver en vivo y en directo cómo se trabajaba la agricultura regenerativa”, dice. “Vimos de cerca cómo era el trabajo con cubiertas vegetales”, complementa sobre una labor que muy pocos hacían en Cataluña. “Aquí el suelo se labra y los que trabajaban con cubiertas no lo hacían de una manera correcta y tenían bajas productivas”. Además, aprendió a manejar el ganado, combinado con los cultivos, incluso con la viña. “Vimos, por ejemplo, que sí se podían meter ovejas en un viñedo, y funcionaba, porque en Australia hacía quince años que lo realizaban”. De vuelta, trajo ese conocimiento y práctica, primero, a la finca familiar y, después, a otras. “Así es como estamos ayudando ha ‘trancisionar’ hacia una agricultura regenerativa”, que hoy lo tiene trabajando por gran parte de la península Ibérica, sus islas y también Marruecos, en cultivos como los viñedos, olivos, cereales, plantas aromáticas, frutales y praderas; con agricultores pequeños y es director agronómico de Can Font, Olirium y Son Felip i Algaraiens, una finca de 1.000 hectáreas ubicada en Menorca.
LAS EXTRAORDINARIAS VIRTUDES DE LA ZULLA
Precisamente en esta isla en medio del Mediterráneo Font se topó con la zulla, una leguminosa nativa ue tiene muchas más virtudes que defectos. Una de ellas es que posee una gruesa raíz pivotante que baja en profundidad. A pesar de que le cuesta desarrollarse, cuando lo hace, crece mucho y muy rápido y vive varios años, con lo que no es necesario labrar la tierra para tenerla allí. Pero curiosamente vive solo en sitios donde ya ha estado antes. Además, como ocurre con todas las leguminosas, fija nitrógeno del aire gracias a una combinación de bacterias que viven en sus raíces. Incluso hay casas de semillas que ya han empezado a comercializarla. En la isla, específicamente Font la está usando como cubierta vegetal para los huertos de olivos, también para que los animales pasten y finalmente y como alimento para las abejas para hacer luego una miel de un sabor especial. Sin la presencia de zulla, muchas fincas de la zona acabarían comprando urea, que ha multiplicado casi por tres su valor en apenas dos años. Quien quiera subirse al carro de la agricultura regenerativa, necesariamente debe pasar por un periodo de transición. “Al cabo de unos tres años, recuperamos los cultivos y, más o menos, las producciones, porque habrá casos en que nunca lograremos llegar a las producciones que se conseguían con un método convencional”, precisa.
SI SE REALIZAN LAS LABORES RECOMENDADAS, HABRÁ UNA MEJORÍA DE LOS SUELOS
Pero a un agricultor que está interesado en hacer una agricultura regenerativa, ¿se le pueden garantizar resultados? “Mi abuelo decía que la agricultura es una fábrica sin techo, ya que no se pueden garantizar resultados. Yo, al menos, no los garantizo a nadie. Lo que sí podemos hacer es contar la experiencia, no solo en nuestra finca, sino en miles de hectáreas que estamos interviniendo”, responde Font y añade que si se hacen las labores como él las recomienda, en poco tiempo se verá una mejoría en los suelos. Por ejemplo, se tendrá más materia orgánica, habrá malezas que ya no saldrán, habrá plagas que no serán tan violentas porque se tendrá una mayor biodiversidad y en materia comercial, se estarán vendiendo productos con un valor añadido. Y es que también incluyen las características propias del terreno y entorno donde está la finca. ¿Tiene riego o no? ¿Llueve? ¿Cuánto?… Son algunos de los aspectos claves, por ejemplo, para definir el tipo de cobertura que necesitará la finca, “porque intentaremos sembrar aquellas plantas que nos pueden ser de mayor utilidad y las pondremos de acuerdo a las características de dónde nos encontremos. Lo que es cierto es que el suelo se puede regenerar, independiente del cultivo que tengamos”, sostiene Font, que hoy trabaja con grupos alimenticios muy grandes en España, y está muy convencido de que los resultados de su trabajo se verán con el correr del tiempo. “Estamos convencidos de que esto funcionará. Pero aplicar este tipo de agricultura tiene además del viaje productivo, un peaje social”, explica en relación a que quienes más se resisten al cambio no son los suelos ni las plantas, sino los agricultores. Por ello, lo que hace en grandes fincas es empezar con pruebas pilotos. Sin embargo, cuando trabaja con pequeños agricultores, plantean un escalamiento de dos o tres años, con el objetivo de no hacerlo todo de golpe. A modo de ejemplo, Font está actualmente trabajando con la bodega Miguel Torres, en los viñedos que tienen en Cataluña, donde ya estaban haciendo una viticultura ecológica. A partir de eso, se planteó no labrar los suelos e implantar cubiertas vegetales, con las cuales se espera mejorar las cualidades del terreno. Además, crearán franjas de biodiversidad e incluirán animales (ovejas), porque los animales son una herramienta muy potente de regeneración, ya que se comen las malezas, no consumen combustible y generan excrementos que llevan una gran cantidad de microbiología que va directamente al suelo. Los retos son infinitos. “El otro día nos contactaron para asesorar a un productor de higos chumbos (tunas). No lo conocemos porque en mi zona nadie los cultiva. Evidentemente, tendremos que aprender de su manejo, pero la base siempre está en el suelo”, explica. Otro de los retos es trabajar en zonas desérticas, algo que ya vieron que sí se puede trabajar en Australia, también con resultados sorprendentes. “Se puede hacer, porque todo suelo es susceptible de ser regenerado. Cada sitio a su ritmo, evidentemente”, afirma. Y es que lo primero es entender las tres M del suelo: microbiología, materia orgánica y minerales. “Es decir, recuperar la microbiología del suelo, aportando e incrementando la materia orgánica, porque esta alimenta a la microbiología y entender cómo funcionan los minerales en el suelo”, finaliza.