Los obstáculos que buscan sortear los productores para extender las fronteras productivas del palto en Chile
Buenas cuajas y potenciales buenos rendimientos para un mercado de consumo tardío que podría optar a mejores precios. Esa es una de las ventajas de la producción de palta Hass en la Región del Biobío. Por otra parte, suelos poco fértiles, alta cantidad de malezas y el riesgo de heladas pueden dificultar la producción.
La plantación de paltos de Darney Aranda se ubica en la localidad de Menque, en las cercanías de Tomé, al norte de Concepción.
“Es un experimento climático en una situación extrema. Todavía quedan varios aspectos por resolver”, recalca el asesor Francisco González sobre un proyecto pionero en el cultivo de palto Hass que ayudó a realizar en la localidad de Menque, ubicada en las cercanías de Tomé, poco más al norte de Concepción en la Región del Biobío. Se trata de una superficie de 2,5 hectáreas plantadas a diez kilómetros del mar.
La de González es una aseveración que bien podría extenderse a los diversos proyectos de paltos que se están llevando a cabo en la zona. “No podemos decir que esto funciona al cien por ciento, porque todavía no se ha logrado una producción pareja ni se ha llegado al máximo productivo”, dice Daniela Canessa, gerente comercial y de producción de Vivero Limache, que ha sido un importante abastecedor de paltos clonales en dicho sector y en otros del país.
Los problemas de falta de agua que afectan a la Región del Valparaíso, donde se obtiene más del 50% de la producción en Chile, y el proceso de desertificación que ha impulsado el cambio climático en la macrozona central, ha llevado a los productores a ampliar su mirada hacia otros sectores del país como las regiones O’Higgins, El Maule y Biobío.
ELECCIÓN DEL TERRENO
El año 2016 Darney Aranda se puso en contacto con González, para “hacer algo desafiante”. Aranda se había percatado de que varias casas en la zona de Tomé tenían paltos en sus jardines, por lo que aventurarse en cultivarlos a una escala mayor no sería descabellado.
Ingeniero químico de profesión y con una prolongada carrera en la industria pesquera, desde joven tenía ganas de tener un campo y dedicarse a la agricultura una vez que se retirara. Pensó en un cultivo que fuera relativamente rápido para obtener retornos y rentable en la relación metros cuadrados v/s productividad. En un mercado como el chileno donde el consumo y el precio de las paltas iban al alza, le parecía una buena idea abastecer a Concepción y sus zonas aledañas, que requieren altos volúmenes, disminuyendo drásticamente el alto valor de los fletes de los envíos que llegaban con paltas desde la Región de Valparaíso. “Si le daba el palo al gato, iba a quedar bien posicionado con una palta mucho más al sur que la producida en Quillota y alrededores”, reflexiona Aranda.
En ese entonces, González llevaba más de una década dedicado a la asesoría en paltos y cítricos, principalmente bajo su empresa de consultoría Belloto Agro. Parecía ser el indicado para iniciar un proyecto poco visto en el país. “Chile está lleno de microclimas. No era una idea tan disparatada, considerando que había certeza de la llegada del cambio climático”, recuerda.
Hicieron un estudio exploratorio de posibles zonas geográficas para hacer el cultivo. Finalmente, visitaron tres lugares que Darney tenía preseleccionados, de los cuales eligieron una parcela en Menque que había tenido un usufructo forestal y que posteriormente estuvo en desuso. Tenía una gran ladera de cerro e influencia costera, con lo cual el riesgo de heladas –el factor más complicado para el cultivo, dada la latitud– estaría más controlado. “La influencia costera podía moderar su impacto y la condición de laderas de cerro podía facilitar el drenaje de masas de aire frío polar que dañan los árboles”, apunta el asesor.
Como parte del periplo que Darney y Francisco realizaron en aquella primavera de 2016, fueron a ver el campo del agricultor Agustín Feijoo en Ránquil, quien había plantado poco más de 3.000 paltos casi una década antes, basándose más que nada en la intuición. “Los árboles habían sobrevivido a las heladas y tenían fruta, aunque no en muy buena condición, porque había hecho su proyecto de manera poco técnica. Pero era un indicador de cómo se podía, por ejemplo, expresar la floración”, explica González. En efecto, observaron que la floración se retrasaba en cuatro a cinco semanas en relación a la zona de Quillota, debido a que la planta crecía en una condición más fresca. De esta manera, en caso de haber alguna helada, la flores estarían cerradas o “no tan susceptibles”.
Tras pasar las heladas de invierno, explica Francisco González, si la planta florece entre noviembre y diciembre, gracias a temperaturas más favorables y mayor radiación, habría buenas posibilidades de cuaja. Si bien la fenología estaría retrasada, el clima no sería la principal limitante para la producción, acompañado de un desarrollo de fruto lento. La fruta podría mantenerse en el árbol más tiempo y optar a un mercado con venta de fruta en verano-otoño, optando a buenos precios que contrarresten eventuales bajas de productividad. ¿Daños por heladas? “Sí, pero no más que en los huertos en Santo Domingo, en la zona central”, responde el asesor. Ambos se dieron cuenta, entonces, de que había posibilidades productivas.
BUSCANDO EL POTENCIAL PRODUCTIVO
Aranda plantó 2.000 unidades en dos tandas sucesivas, pensando en ver cómo se comportaba un primer lote de 1.300 árboles para aventurarse con el segundo. El proceso de compra del predio demoró cerca de dos años, para comenzar con las primeras plantaciones el año 2019. Mientras tanto, visitaron algunos viveros de la zona de Quillota para comprar plantas. Francisco González propuso adquirir paltos clonales.
Aranda compró a Viveros Limache aproximadamente mil plantas clonales variedad Hass injertadas sobre Dusa, además de un número similar de paltos tradicionales provenientes de otros dos viveros, obteniendo resultados disimiles. En el caso de los clonales, detalla Daniela Canessa, se trató de plantas de 80 a 90 centímetros de injerto, con ramificaciones laterales, que venían en contenedores de 12 litros. “La industria va en ese sentido y, si se iba a hacer una aventura tan audaz, lo mejor era usar el material vegetal con mejores rendimientos y resultados para lograr el mejor potencial vegetal y productivo. Los portainjertos clonales tienen sistemas de raíces más desarrollados que responden mejor a la nutrición que se puede aplicar vía riego”, comenta el asesor.
A poco andar, se dieron cuenta de que los suelos -producto de la explotación forestal- eran bajos en fósforo y potasio, por lo que requerían un programa de fertilización más fuerte que en la zona central. “Además, cuando se talan los bosques, quedan expuestos los suelos y con la pluviometría de la zona, que es sobre 700 milímetros, estos se degradan rápidamente”, explica González.
Los suelos, a su vez, estaban conformados por estratas delgadas, que limitaban el desarrollo de las raíces, y tendían a enmalezarse rápidamente, dificultando la aplicación tradicional de programas de control de maleza. Aquello dificultó la entrada en producción del huerto. “El vigor de las plantas es clave para la respuesta a las heladas: este puede verse afectado por la presencia de malezas y la fertilidad del suelo, pero eso se puede aportar vía fertirriego”, cuenta el ingeniero agrónomo. En consecuencia, al plantar menos de 1.000 plantas por hectárea, se buscó que cada una tuviera los nutrientes adecuados, sin competir con los otros árboles, maximizando así la nutrición.
Con todo, confiesa Aranda, “este tema no ha sido fácil, ha sido mucho de ensayo y error”. “He ido aprendiendo el manejo de los paltos, como ocurre con el pH en los terrenos. También hay años con muchas heladas y que pegan fuerte. El palto, en general, aguanta -1oC o -2oC, pero acá ha habido hasta -4oC”, sostiene. Con el tiempo y una vez que estos factores fueron mejor manejados, la tolerancia de los árboles al frío mejoró. En la práctica, las plantas clonales resistieron mejor las bajas temperaturas que las tradicionales, gracias a que se establecieron más rápido y tuvieron mayor vigor.
La disponibilidad de agua, por su parte, no fue problema, ya que Darney tiene inscritos pozos profundos que le sirven para abastecer el sistema de riego tecnificado. Además, hay un periodo de seis a siete meses con precipitaciones. Aunque ha debido tomar ciertas precauciones. “Hay que ir aprendiendo cuántos milímetros de lluvia van a caer y cómo se va a regar el mes para no pasarse de agua, para que el palto no muera por asfixia radicular”, explica Aranda.
El agricultor obtuvo sus primeras paltas en 2024, las cuales destinó principalmente al consumo entre amigos y familiares. “Tuvieron buena calidad, con buen calibre, buen sabor y contenido de aceite”, dice. Espera que esta temporada la producción sea comercialmente más significativa, aunque la presencia de fuertes heladas podría causar algunos inconvenientes. “Estamos viendo qué va a pasar con los brotes. Todavía es una caja de pandora”, apunta el productor, quien todavía cree que es aventurado pronosticar cifras para esta campaña y las que vengan después, debido a que “acá todo es distinto”.
CLAVES DEL CULTIVO
El interés por cultivar palta en la zona centro-sur, principalmente en microvalles en torno a Concepción, ha ido tomando fuerza en el último tiempo. Además de proyectos como el de Darney Aranda y Agustín Feijoo, hay otros como el de Ceferino Sanz con ocho hectáreas ubicadas 70 kilómetros al sur de Concepción, que comenzó a plantar hace cinco años. Más al norte, en la comuna de San Nicolás, cerca de Chillán, Pedro Recabarren realizó una plantación de 30 hectáreas a partir de la pandemia.
Existe otro proyecto, en la zona de la comuna de San Rosendo, junto al Río Biobío, donde Francisco González está realizando estudios climáticos con estaciones que miden las temperaturas en laderas de cerros –también con suelos forestales, puesto que la mayoría de los terrenos disponibles están relacionados con ese uso–, a partir de los cuales se pudieron determinar las zonas con riesgo de heladas. Ya se mandaron a hacer las plantas clonales (Hass sobre Dusa) en el Vivero Limache para cubrir dos hectáreas. “Hay una influencia del espejo de agua del Río Biobío, por lo que, climáticamente hablando, existen microclimas aptos para el cultivo. En esa zona hay menos riesgo de heladas que en Menque”, dice el asesor.
“Ha sido una experiencia interesante. La palta –dice Darney Aranda sobre su proyecto– es un árbol bien noble, que con dedicación y cuidado responde y se va adaptando. El manejo del palto en esta zona es diferente a lo que ocurre en Quillota. Pero si hubiese que decir cuál es la clave principal, hay que elegir muy bien el sector donde se va a realizar la plantación”.
Francisco González saca algunas conclusiones que pueden ser útiles para establecer huertos de paltos en la zona centro-sur, principalmente en la Región del Biobío. La primera lección –dice– es que se deben realizar estudios microclimáticos, encontrando la topografía adecuada que permita drenar las masas de aire frío. De lo contrario, enfatiza, habrá que considerar controles activos de heladas como el riego aéreo. “Una plantación en una zona baja no tiene ninguna posibilidad”, afirma. A ello se suma la positiva influencia de la cercanía al mar, que funge como un moderador de heladas.
También es vital utilizar un material vegetal adecuado –Hass sobre portainjerto clonal Dusa, por ejemplo– que se adapte mejor a suelos pobres y temperaturas frías extremas, junto a la realización de una buena preparación de suelo respecto de capas compactadas. Lo ideal es emplear plantas bien formadas, que tengan la capacidad de enfrentar un verano más corto (se planta entre octubre y noviembre, para aprovechar el crecimiento radicular) y lluvias más intensas en comparación con la zona centro, estableciéndose de buena forma para enfrentar su primer invierno con mejor condición nutricional. De todas maneras, sostiene González, “con la experiencia que ya tenemos, las brechas existentes en aspectos como la fertilidad de los suelos o el riesgo de heladas, hoy sabemos cómo trabajarlas mejor”.